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G. Mar anón
                             dable, y todos lo hemos podido com­
                             probar.
                               El médico, pues, guarda su secreto;
                            pero no siente el peso de éste, salvo
                            casos especiales, como antes lo sentía,
                            con gravedad idéntica a la del confe­
                            sor. Hace algún tiempo tuve ocasión de
                            examinar los libros de consulta de un
                            famoso doctor de Madrid, del primer
                            tercio del siglo pasado, y me sorpren­
                            dió el gran número de pacientes que
                            no quisieron dar su nombre y figuraban
                            con sus iniciales o una discreta X en
                            el registro. En mis 40.000 historias
                            clínicas, sólo hay unas cuantas, que yo
                            sepa, sin el nombre verdadero.


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