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             car a una particular dolencia:  la del
             enfermo «sediento de mentira», el que
             sufre el tormento de la verdad que                         &
             sabe; y pide, sin saberlo, y a veces de­
             liberadamente, que se le arranque y se
             le substituya por una ficción.

             El pecado de
             la verdad.

                ¿Cómo va el médico, entonces, a no
             mentir? Pecado lleno de disculpas mag­
             níficas es, por lo tanto, este de mentir
             al enfermo que lo necesita. Y, en oca­
             siones, el pecado se convierte en obli­
             gación. Lo pecaminoso entonces es la
             verdad, que muchos médicos dicen por
             vanidad profesional, por el gusto de
             acertar, a costa del dolor de sus enfer­
             mos. Yo he cumplido muchas veces
             con mi obligación, ocultando la ver-









                                                                          i
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