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140 G. Marañón
gran parte, nos gobierna todavía, mu
chas enfermedades eran estrictamen
te pecados. El pobre loco estaba po
seído por el espíritu infernal y se le
trataba con exorcismos y con castigos
que anticipaban en este mundo las tor
turas del infierno. Un leproso tenía el
alma tan enferma como el cuerpo y era
preciso el dedo de Cristo, que no la
ciencia del médico, para curarle. El
famoso «hijo soy de un malato y de
una malatia», de nuestro romancero,
i
no es, ciertamente, un diagnóstico, sino
una tremenda maldición. Y aun hoy
hay personas, incluso de la sociedad
elevada, que ocultan enfermedades co
rrientes, como la tuberculosis, con el
mismo pudor entristecido que si se tra
tase de pecados verdaderos.
Mas rápidamente, casi de medio si-