Page 8 - LIBRO 1-EDDY
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el mundo de Luchito, hasta el desorden más extremo tenía una lógica... bueno, su propia y
retorcida lógica. Y entre todo ese caos, siempre había espacio para una sonrisa cómplice y
una risa compartida.
Luchito, el maestro indiscutible de las travesuras y estratega de las meriendas, no
solo era famoso por desatar el caos en el aula, sino también por su habilidad para saciar su
apetito con la precisión de un chef clandestino en plena operación de rescate alimenticio.
Con un conocimiento casi detectivesco, sabía exactamente quién traía las mejores
loncheras; y, cuando el hambre apretaba, ponía en marcha su plan. Como un guepardo en
plena cacería, sus manos se deslizaban dentro de las loncheras y salían con premios dignos
de un banquete.
Los lunes eran su prueba de valentía, su lucha épica contra el enemigo más temido
del planeta: las lentejas marrones. Su mamá se las preparaba con una sonrisa tan dulce
que, según Luchito, solo podía esconder un plan malévolo. Para él, esas lentejas no eran un
almuerzo, ¡eran una conspiración culinaria! Cuando sonaba la campana del recreo, la
operación comenzaba. Los demás niños abrían sus loncheras como si celebraran un
banquete real, mientras Luchito, desde su rincón, analizaba la situación con mirada de espía
y afilaba su ingenio, listo para ejecutar la Operación Anti lenteja.
Con un gesto casual, sacaba su lonchera y fingía interés en el contenido mientras
analizaba a cada compañero. Ahí estaba Pedro, que siempre se levantaba al baño; Sofía,
que no podía resistirse al último chisme; y Juanito, el eterno soñador que se perdía mirando
las nubes. Luchito contaba los segundos, atento a cada movimiento. Entonces, con una
rapidez que desafiaba la lógica, Luchito hacía el intercambio: las odiadas lentejas
desaparecían de su lonchera y, como por arte de magia, aparecían en la de otro compañero.
Nadie podía explicarlo, pero siempre había una sensación extraña en el aire. Era como si
algo invisible hubiera pasado volando. Mientras tanto, Luchito disfrutaba su triunfo,
saboreando su botín y pensando en el próximo lunes.
El impacto de Luchito en la escuela era tan profundo que incluso algunos profesores,
vencidos por el estrés y la frustración, consideraron renunciar. Para ellos, enfrentarse a
Luchito día tras día era como participar en una guerra interminable, donde el enemigo era
un niño con más astucia de la que podían manejar. La situación llegó a ser tan crítica que la
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