Page 138 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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servicio de la Gran Luz.

       Así predicaba Hermes: «Oh, habitantes de la tierra, hombres nacidos y hechos de
  los elementos, pero con el espíritu del Hombre Divino en vuestro interior, ¡levantaos
  de vuestro sueño de ignorancia! Sed serios y reflexivos. Daos cuenta de que vuestra
  casa no es la tierra sino la Luz. ¿Por qué os habéis entregado a la muerte, si tenéis

  poder para ser partícipes de la inmortalidad? Arrepentíos y cambiad vuestra mente.
  Alejaos  de  la  luz  oscura  y  renunciad  a  la  corrupción  para  siempre.  Preparaos  para
  ascender a través de los Siete Anillos y para fundir vuestras almas con la Luz eterna».

       Algunos  de  los  que  lo  escucharon  se  burlaron  y  se  mofaron  y  siguieron  su

  camino, entregándose a la Segunda Muerte, de la cual no existe salvación. Otros, en
  cambio, se arrojaron a los pies de Hermes y le suplicaron que les enseñara el Camino

  de la Vida. Él los levantó con suavidad, sin recibir ninguna aprobación para sí mismo,

  y,  con  el  bastón  en  la  mano,  siguió  enseñando  y  guiando  a  la  humanidad  y

  mostrándoles cómo podían salvarse. En los mundos de los hombres, Hermes sembró
  las semillas de la sabiduría y las nutrió con las Aguas Inmortales. Finalmente llegó el

  crepúsculo  de  su  vida  y,  cuando  el  resplandor  de  la  luz  de  la  tierra  comenzó  a

  reducirse, Hermes ordenó a sus discípulos que mantuvieran inmaculadas sus doctrinas
  a lo largo de los siglos. Encomendó que se pusiera por escrito la visión de Poimandres

  para que todos los que desearan la inmortalidad pudieran encontrar en ella el camino.

       Para concluir su exposición de la visión, Hermes escribió lo siguiente: «El sueño
  del cuerpo es la sobria vigilancia de la Mente y, si cierro los ojos, se me revela la Luz
  verdadera. Mi silencio se llena de nueva vida y esperanza y está lleno de bondad. Mis

  palabras son la plenitud del fruto del árbol de mi alma. Porque este es el relato fiel de
  lo  que  he  recibido  de  mi  verdadera  Mente,  que  es  Poimandres,  el  Gran  Dragón,  el
  Señor de la Palabra, mediante el cual Dios me inspiró la Verdad. Desde aquel día, mi
  Mente ha estado siempre conmigo y en mi propia alma he dado a luz la Palabra: la
  Palabra es la Razón y la Razón me ha redimido. Por este motivo, con toda mi alma y
  toda mi fuerza, alabo y bendigo al Dios Padre, la Vida y la Luz y la Bondad Eterna.



            Bendito  sea  Dios,  Padre  de  todas  las  cosas,  que  existe  desde  antes  del

       Primer Comienzo.

            Bendito sea Dios, cuya voluntad se cumple y se hace cumplir mediante Sus
       propios Poderes, a los que ha dado a luz fuera de Sí mismo.

            Bendito sea Dios, que ha decidido darse a conocer y que es conocido por

       Sí mismo por aquellos a quienes se revela.
            Bendito seáis  Vos  que  por  Vuestra Palabra  (la  Razón)  habéis  establecido

       todas las cosas.

            Bendito seáis Vos, a cuya imagen se ha hecho toda la Naturaleza.
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