Page 135 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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OCUPACION DE LAS COSTAS DEL ASIA MENOR 129
separados por pequeños islotes de roca, eran muy cómodos para el comercio, pero
poco espaciosos, y hallábanse dominados por la rada de la isla de Lade. Aquella
rica ciudad comercial no había sido precisamente oprimida por los persas, quienes
habían respetado su democracia; es posible que abrigase la esperanza de poder
mantenerse neutral entre las dos potencias beligerantes; había enviado emisarios
para recabar 3a ayuda de los atenienses.
* Nicanor, que mandaba la “flota helénica”, ganó la altura de Mileto antes
de que se presentase la escuadra persa, superior a ella, y ancló delante de la isla
con sus ciento sesenta trieras. Al mismo tiempo, Alejandro se presentó ante los
muros de la ciudad, se apoderó de los barrios exteriores, puso sitio a la parte
interior, mandó a los tracios y como a unos 4,000 mercenarios que pasasen a la
isla para reforzar aquella importante posición y ordenó a su flota que bloquease
con el mayor cuidado la entrada a Mileto por el mar. Tres días después presentóse
la flota enemiga; los persas, al encontrarse la bahía ocupada por las naves de los
helenos, viraron hacia el norte y fueron a anclar con sus cuatrocientas velas al
abrigo de la punta de Micale.
La proximidad de las fuerzas navales de los helenos y los persas parecía augu
rar como algo inevitable un combate decisivo en el mar; muchos estrategas de
Alejandro lo deseaban; la victoria parecía segura, puesto que hasta el viejo y
precavido Parmenión aconsejaba la lucha: en la orilla ·—según le hace decir
Arriano— habíase visto a un águila sentada junto a la sombra de la nave de Ale
jandro; los griegos habían vencido siempre a los bárbaros en el mar, y aquel
signo, el águila, no dejaba la menor duda acerca de cuál era la voluntad de los
dioses; un combate naval victorioso sería de una utilidad extraordinaria para
la empresa que tenían por delante y, en cambio, si la batalla se perdía no se perde
ría sino lo que ya no se tenía, pues, al fin y al cabo, con sus cuatrocientas velas,
los persas eran los dueños del mar; el propio Parmenión estaba dispuesto a saltar
a bordo y tomar parte en el combate. Pero Alejandro rechazó la propuesta: aven
turar un combate naval en las condiciones actuales, dijo, sería tan inútil como
peligroso y, además, una locura pretender hacer frente con ciento sesenta naves
a la superioridad de la flota enemiga y mandar a sus marinos poco avezados a
que se estrellasen contra los chipriotas y los fenicios; los macedonios, invencibles
por tierra, no podían ser abandonados a merced del mar, elemento extraño para
ellos y donde, además, podían suceder mil contingencias imprevistas; la pérdida
del combate no sólo causaría gran quebranto a las esperanzas puestas en su empre
sa, sino que daría a los helenos la señal para la deserción; por otra parte, los re
sultados de una victoria, suponiendo que pudiera lograrse, serían muy peque
ños, ya que la marcha de sus operaciones por tierra se encargaría de destruir o
dispersar por sí misma a la flota persa; y así había que interpretar también el
presagio invocado; el hecho de que el águila estuviera posada en tierra quería
decir que ellos vencerían por tierra al poder, naval de los persas; no bastaba con
no perder nada; el no ganar era ja una pérdida. La flota no se movió de su fon
deadero en la rada de Lade.