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134 CONQUISTA DE HALICARNASO
ses Efíaltes y Trasíbulo; también afluyeron allí algunos de los lincestios que ha
bían huido de Macedonia con motivo del asesinato del rey Filipo; y asimismo
parece que logró llegar a Halicarnaso con los mercenarios huidos de Efeso el
Amintas hijo de Antíoco. Si se conseguía cerrar el paso al poder macedonio
en aquella fuerte posición, quedaría aislado de su patria —pues la flota persa
dominaba el mar— y no sería difícil conseguir que la Hélade se pusiera de nuevo
en pie de guerra al grito de la libertad.
Alejandro avanzó con sus tropas y acampó, convencido de que estaría allí
bastante tiempo y de que la lucha sería dura, a unos mil pasos de las murallas
de la ciudad. Fueron los persas quienes rompieron las hostilidades por medio de
una salida contra los macedonios, en el momento en que éstos avanzaban, pero
la agresión fué rechazada sin gran esfuerzo. Pocos días después, el rey, acompa
ñado de una parte considerable de su ejército, dió la vuelta a la ciudad en direc
ción noroeste, no sólo para inspeccionar las murallas que la rodeaban, sino tam
bién y sobre todo para ocupar desde allí la cercana ciudad de Mindos, pues su
guarnición le había prometido que se la entregaría si se presentaba por la noche
ante las puertas de la plaza. Presentóse en el punto convenido, pero nadie le
abrió. El rey, que no había ordenado llevar máquinas ni escalas de asalto, pues
no preveía aquella contingencia, encolerizado ante el engaño de que había sido
víctima, ordenó que sus tropas pesadas se acercasen a las murallas y empezasen a
minarlas inmediatamente. Se derrumbó una torre, pero sin abrir úna brecha bas
tante ancha por la que pudiera atacarse con éxito. Al despuntar el día, los de
Halicarnaso advirtieron la ausencia de los macedonios y, sin pérdida de momento,
enviaron a los de Mindos refuerzos por mar. Alejandro tuvo que volver a su
posición delante de Halicarnaso sin haber conseguido su propósito.
Comenzó el asedio de la ciudad. Lo primero que hicieron los sitiadores
fué, bajo la protección de varios techos de los llamados de tortuga, rellenar el
foso, que tenía cuarenta y cinco pies de ancho y casi la mitad de esta distancia
de profundidad, para poder acercar a las murallas las torres que solían emplearse
para limpiarlas de defensores y las máquinas destinadas a abrir brecha en los
muros. Ya estaban las torres cerca de las murallas, cuando los sitiados se aven
turaron a hacer una salida nocturna para pegarles fuego; el ruido se extendió
rápidamente por el campamento; los macedonios, arrancados al sueño, corrieron
en ayuda de sus puestos avanzados y, tras breve combate librado a la luz de las
hogueras del campamento, los sitiados retornaron a la ciudad sin haber conseguido
su objetivo. Entre los ciento setenta y un cadáveres abandonados por el enemigo
apareció el del lincestio Neotolomeo. Los macedonios no tuvieron más que diez
muertos, pero les hicieron trescientos heridos, pues en medio de la oscuridad de
la noche no habían podido parapetarse bien.
Las máquinas rompedoras entraron en acción; pronto quedaron reducidas a
escombros dos torres del lado nordeste y la muralla situada entre ellas; otra 'torre
resultó grandemente dañada, bastando con que se la minase ligeramente para que
se hundiera. Una tarde, dos macedonios de la falange de Pérdicas, sentados en su