Page 137 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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OCUPACION DE LAS COSTAS DEL ASIA MENOR 131
a la lucha; en vista de que la flota helénica no estaba quieta en su sitio, enviaron
cinco barcos hacia el puerto que, situado entre el campamento macedonio y los
islotes, separaba al ejército de la flota, con la esperanza de encontrar las naves
enemigas sin tripulación, ya que era sabido que, por regla general, la marinería
desembarcaba a ciertas horas para recoger leña y provisiones. ‘Tan pronto como
Alejandro vió venir aquellos cinco barcos, ordenó que la marinería que estaba a
mano embarcase en diez trieras y se hiciese a la mar para dar caza al enemigo.
Pero, antes de que sus perseguidores estuviesen cerca, las naves persas viraron en
redondo, a toda marcha, para ir a unirse a su flota; uno de ellos, que navegaba
mal, cayó en manos de los macedonios y fué traído a puerto; resultó ser de Jaoos,
un puerto de la Caria. La escuadra persa se retiró a Samos sin haber intentado
ninguna otra acción contra Mileto.
Los últimos acontecimientos habían acabado de convencer a Alejandro de
que la flota de los persas no representaba ya ningún obstáculo importante para
los movimientos de sus fuerzas de tierra y que, a medida que fuese progresando la
ocupación de las costas por su ejército, aquellos barcos, sin comunicación alguna
con tierra, renunciarían a toda acción decisiva y se limitarían a buscar abrigo en
las islas. Entregado de lleno a las operaciones en tierra firme y en toda la fuerza
de su ofensiva, Alejandro llegó a la conclusión de que su poder naval, en la im
posibilidad de mantener el dominio del mar contra una fuerza tres veces mayor,
se hallaba condenado a estar a la defensiva. Su flota habíale prestado importan
tes servicios al comienzo de la campaña y para cubrir las primeras operaciones de su
ejército de tierra, pero ahora, desde que el poder persa había sucumbido en el
Asia Menor, no tenía para él una gran utilidad y, en cambio, originaba gastos
extraordinarios; ciento sesenta trieras suponían una dotación de unos treinta mil
marineros y epibates, casi tantos hombres como los enrolados en el ejército que
había de dar al traste con el imperio persa; costaban, al mes, más de cincuenta
talentos en soldadas y tal vez otro tanto en provisiones, sin que, a diferencia
del ejército de tierra, que no costaba mucho más caro sostener, aportasen diaria
mente nuevas conquistas y nuevo botín. Las arcas de Alejandro estaban exhaus
tas y no podían esperar, por el momento, ningún ingreso importante, porque a
las ciudades griegas, a medida que iban siendo liberadas, se les condonaban los
impuestos y a las del interior del país no se las quería flagelar ni saquear, sino,
sencillamente, seguir percibiendo de ellas los tributos antiguos, que eran bastante
reducidos. Tales fueron las razones que movieron al rey a disolver su flota, en el
otoño del año 334; conservó solamente unos cuantos barcos para el transporte
a lo largo de la costa, entre ellos veinte suministrados por Atenas, bien para
honrar de este modo a los atenienses o para tener en ellos una prenda de su
lealtad, caso de que la flota enemiga, como era de suponer, se dirigiese hacia
la Hélade.