Page 168 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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162 BATALLA DE ISOS
del enemigo, Alejandro, entre el griterío de combate de su ejército, se lanzó con
su caballería al río. Ganaron la otra orilla sin sufrir grandes pérdidas bajo la
granizada de dardos del adversario y se abalanzaron con tal furia sobre la línea
enemiga, que ésta, tras breve e inútil resistencia, empezó a desintegrarse y a
ceder. Alejandro veía ya el carro del rey persa y pugnaba por llegar hasta él; se
entabló un ferocísimo combate entre los nobles persas, que defendían a su rey,
y los jinetes macedonios, conducidos por el suyo; en este encuentro cayeron
Arsames, Reomitres, Aticíes y el sátrapa egipcio Sabaces; el propio Alejandro
recibió una herida en un muslo; aquello hizo que los macedonios peleasen con
furia redoblada; Darío se salió con su carro del tumulto, seguido por las filas más
próximas a él y por las que llegaban por la parte de la izquierda hasta la monta
ña; pronto la dispersión y la fuga de los persas se generalizaron. Los peonios, los
agranios, los dos escuadrones de la extrema ala derecha de los macedonios aba
lanzáronse sobre aquella enorme muchedumbre de tropas desconcertadas y remata
ron la victoria en este sector.
La infantería pesada del centro no había podido guardar la línea ante el
violento avance de Alejandro con la caballería; esto hizo que se produjesen en
esta parte algunos vacíos, que la prisa por avanzar, al encontrarse ya con los
obstáculos del río, no hacía más que ensanchar; cuando ya Alejandro peleaba
furiosamente en el centro del enemigo y su línea izquierda vacilaba, los helenos
del ejército persa apresuráronse a lanzarse contra los hoplitas macedonios, con
los que estaban seguros de poder medirse en cuanto a bravura, armamento y
pericia guerrera, por el sitio en que el vacío abierto en su línea era mayor. Tra
taban a todo trance de recobrar la victoria que tenían ya perdida; si conseguían
rechazar a los macedonios de la escarpada orilla y obligarlos a repasar el río, Ale
jandro veríase desamparado por el flanco y estaría punto menos que perdido.
Precisamente este peligro espoleaba a los pecetairos a luchar todavía con mayor
denuedo; sabían que si retrocedían darían al traste con la victoria ganada ya por
Alejandro. El viejo odio reconcentrado entre helenos y macedonios hacía que
fuese todavía más sangrienta aquella lucha entablada entre fuerzas iguales y
bravuras iguales; la furia era mayor, porque él enemigo entendía las maldiciones
y los suspiros de muerte del enemigo. Ya habían caído Tolomeo, hijo de Seleuco,
que mandaba la penúltima taxis, y numerosos oficiales macedonios; los comba
tientes de Alejandro sostenían ya a duras penas, en un supremo esfuerzo, este
combate que se libraba cerca del mar y que parecía que iba a decidirse a favor
de los persas.
Narbazanes, con sus jinetes persas, estaba apostado junto al río y se había
lanzado con tal furia sobre la caballería tesaliense, que puso en dispersión a
una de las ilas, mientras que las otras sólo conseguían sostenerse gracias a la
destreza de sus caballos, concentrándose una y otra vez y adelantándose al enemi
go con nuevos ataques, tan pronto por un lado como por otro; parecía imposible
que, a la larga, pudieran resistir a la superioridad y al arrojo de los jinetes persas.
Pero el ala izquierda de los persas estaba ya rota y Darío, en vez de refugiarse