Page 243 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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SUBLEVACION DE  LA TRACIA                  237

      la  flota  macedonia.  Había  logrado  enrolar  bajo  sus  banderas  a  una  cantidad
      considerable  de  los  mercenarios  puestos  en  dispersión  por  la  derrota  de  Isos;
      el  centro  de  reclutamiento  de  Tenaro  le  suministraba  todas  las  gentes  de  armas
      que  tuviera  dinero  para  enrolar;  había  entablado  con  los  patriotas,  especialmen­
      te  con  los  de  las  ciudades  del  Peloponeso,  relaciones  que  auguraban  un  resulta­
      do muy halagüeño; la meticulosidad y la audacia con que sabía acrecentar sus fuer­
      zas  y  sus  partidarios  infundía  a  los  adversarios  de  Macedonia,  cerca  y  lejos,  la
      esperanza  de  que  estaba  próxima  su  salvación.


                            SUBLEVACIÓN  DE  LA  TRACIA
          Fué  por  aquel  entonces,  precisamente,  cuando  tuvo  triste  fin  una  empresa
      iniciada  con  grandes  esperanzas.  No  sabemos  si  la  expedición  a  Italia  de  Alejan­
      dro  el  epirota  se  realizó  de  acuerdo  con  el  rey  macedonio  o  en  contra  de  él;  lo
      cierto  es  que  hubo  un  momento  en  que  parecía  que  sus  victorias  iban  a  hacer
      que  el  helenismo  de  Italia  se  alzase  más  poderoso  que  nunca.  Pero  los  tarenti-
       nos,  que no estaban dispuestos a permitir que  fuese  más que  un  audaz  condotiero
      lanzado  contra  los  pueblos  itálicos  de  las  montañas,  empezaron  a  temer  a  sus
       exaltados planes y las  ciudades helénicas  estaban  de  acuerdo  con  ellos  en  que era
       necesario  cortarle  las  alas,  antes  de  que  llegase  a  ser  un  peligro  para  su  libertad.
       Ante  aquella  conjura,  paralizáronse  los  éxitos  de  sus  armas,  un  buen  día  cayó
       asesinado por un  fugitivo de la  Lucania  y  su  ejército  fué  aniquilado  por  los  sabe-
       lios  cerca  de  Pandosia.  Su  muerte  fué  seguida  de  desórdenes  y  trastornos  en
       la  Molosia  en  torno  a  su  sucesión;  su  heredero  al  trono  era  un  niño,  menor  de
       edad aún, que le había dado la Cleopatra macedonia, hermana  de Alejandro;  pero
       Olimpia  —que  vivía,  al  parecer,  en  el  Epiro—  intrigaba  para  arrebatar  a  la
       viuda,  su hija, la  corona epirota:  “El  país  de los  molosos  me  pertenece”,  escribía
       a  los  atenienses,  que  en  Dodona  habían  hecho  adornar  una  imagen  de  Dioné,
       como  si  no  pudiera  apropiárselo  sin  su  consentimiento.  Estas  disensiones  que
       comenzaban a producirse en el seno  de la familia  real  macedonia alentaban,  como
       era  natural, las  esperanzas  de los  patriotas  de  la  Hélade.
           En  la  primavera  del  331,  cuando  Alejandro  se  encontraba  en  Tiro  dispo­
       niéndose  a  marchar  hacia  el  Eufrates,  tenía  ya  noticias  de  los  manejos  del  rey
       Agis;  por  entonces  se  contentó  con  ofrecer  a  Antipáter  cien  naves  fenicias  y
       sirias  que  habrían  de  unirse  a  las  fuerzas  de  Anfótero  para  proteger  las  ciudades
       del Peloponeso fieles a Macedonia. Honró a los embajadores atenienses que fueron
       a  cumplimentarle  en  Tiro  con los  parabienes  y  las  coronas  de  oro  de  su  ciudad
       y puso  en libertad  a  los  atenienses  prisioneros  desde  la  batalla  del  Gránico,  para
       corresponder  a  los  honores  que  Atenas  le  tributaba.  Parecía  querer  esforzarse  en
       evitar que  se produjese  una lucha  abierta  entre  las  armas  macedonias  y  las  espar­
       tanas,  la  cual,  dado  el  estado  de  espíritu  que  reinaba  en  los  países  helénicos
       —hasta  en  la  misma  Tesalia  comenzaban  a  vacilar  los  ánimos—,  podría  traer
       consecuencias  muy  lamentables;  en  aquellos  momentos,  en  que  se  disponía  a
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