Page 407 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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404 MANEJOS DE HARPALO EN ATENAS
asilo. Así, con la mayor humildad, compareció ante el demos ateniense y puso
a disposición de él los tesoros y sus soldados, sin dejar de sugerir, naturalmente,
que ahora, con decisión y audacia, podían acometerse grandes empresas.
Filoxeno, el tesorero del rey, había cursado ya desde el Asia Menor a los
atenienses el requerimiento de que fuese entregado el ladrón de los tesoros reales.
Se abrió una viva discusión en torno al problema planteado. El apasionado
Hipereides opinaba que no debía desperdiciarse aquella magnífica ocasión que se
les ofrecía para liberar a la Hélade; los amigos de Macedonia abogaroil con no
menos energía por la entrega dél culpable; pero incluso Foción se mostró contra
rio a esta propuesta; Demóstenes habló en favor de ella y propuso al pueblo que
Harpalo fuese detenido y sus tesoros confiscados hasta que se presentase alguien
a reclamarlos en nombre de Alejandro. El pueblo votó lo que Demóstenes había
propuesto y le iiombró a él mismo para hacerse cargo de la custodia del dinero,
el cual debería confiscarse al día siguiente. Demóstenes preguntó entonces mis
mo a Harpalo a cuánto ascendía la suma que traía consigo. Harpalo declaró la
cantidad de 700 talentos. Al día siguiente, al trasladarse el dinero a la acrópolis
sólo se encontró la mitad de aquella suma, 350 talentos; al parecer, Harpalo
había aprovechado la noche durante la cual, por una extraña anomalía, se le ha
bía dejado en posesión del dinero robado, para ganar amigos y simpatías. Demós
tenes, por su parte, no se cuidó de anunciar al pueblo la cantidad que faltaba;
se contentó con gestionar que la investigación del asunto fuese confiada al areópa-
go, con la concesión de que no se castigaría a quienes devolviesen voluntariamente
el dinero que hubiesen recibido.
Al parecer, Alejandro esperaba que los atenienses acogerían voluntariamente
y de buena gana al ladrón, con los tesoros y los mercenarios que le habían acom
pañado en su fuga; por lo menos, cursó a las provincias marítimas órdenes para
que estuviese preparada la flota que, en caso necesario, sería enviada contra el
Atica, y en el campamento de Alejandro se habló mucho, por aquel entonces, de
una guerra contra Atenas, de la que los macedonios se alegraban por adelantado,
pues su vieja hostilidad contra los atenienses se la hacía desear. Y, en realidad,
si los atenienses, al oponerse a la readmisión de los desterrados y al negar al rey
los honores divinos, pensaban seriamente en hacer valer su plena independencia,
no cabe duda de que los recursos y los ofrecimientos de aquel fugitivo que iba a
refugiarse en su ciudad les brindaban todos los medios necesarios para una enérgica
defensa; tenían, además, razones para esperar que los etolios y los espartanos, los
aqueos y los arcadios, a quienes Alejandro había prohibido que sus ciudades se
reunieran en congreso, harían causa común con ellos. Pero no podían ignorar
qué Harpalo había faltado a sus deberes para con el rey por segunda vez y que
había cometido un delito vil en gran escala que no podía quedar impune, razón
por la cual no habrían faltado en nada a su honor accediendo a la entrega del
culpable y de los tesoros por él robados y dejando a quien la reclamaba como
funcionario del rey la responsabilidad por todo lo demás. Pero, en vez de pro
ceder así, prefirieron adoptar medidas intermedias que, lejos de ofrecer una salida