Page 405 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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402 READMISION DE LOS DESTERRADOS
de los macedonios se tornara en gratitud y que el partido macedonio se fortale
ciese en todos los estados; los mismos estados serían en adelante responsables
de la paz interior de la Hélade y si volvían a levantar cabeza las disensiones in
testinas, el poder macedonio tendría un asidero para intervenir. Es cierto que esta
medida era contraria a los artículos de la liga corintia y constituía una marcada
intromisión en la soberanía de cada estado, expresamente reconocida en ellos;
además, podía darse por descontado que la ejecución de esta orden del rey oca
sionaría trastornos interminables en las familias e incluso en las relaciones de
propiedad establecidas. Pero esta medida beneficiaba primordialmente a los ene
migos de Macedonia; habíase dictado por aquellos días en que los antagonismos
y hostilidades nacionales entre helenos y asiáticos y los de las facciones políticas
dentro de las ciudades helénicas se borraban ante la unidad del imperio común
a todos; el ejercicio del derecho regio de indulto en este sentido y con tal exten
sión representaba el primer acto de la alta autoridad del imperio, a la que Ale
jandro confiaba en ir acostumbrando a los griegos.
Para proclamar esta medida envió a Grecia a Nicanor el estagirita; el men
saje del rey debía publicarse con motivo de la fiesta de los juegos olímpicos del
año 324. Pero la noticia había corrido por toda la Hélade antes de que se hiciese
oficialmente pública; de todas partes acudían a Olimpia los desterrados para es
cuchar allí la palabra de la redención. En algunos estados se produjeron, sin em
bargo, corrientes encontradas de opinión, pues mientras unos se alegraban de vol
ver a reunirse con sus amigos y parientes y de ver retornar con aquella amnistía
general los buenos tiempos de la paz y la prosperidad, otros sólo alcanzaban a ver
en aquella orden una ingerencia en los derechos de su estado y el comienzo de
grandes trastornos intestinos. En Atenas, Demóstenes ofrecióse para ir a Olimpia
como embajador y negociar allí con el plenipotenciario de Alejandro, haciéndole
ver las consecuencias de semejante medida y la santidad de los tratados de Corin
to; pero sus esfuerzos de nada sirvieron. Durante las fiestas de la centésima
cuatordécima olimpíada, a fines de julio del año 324, en presencia de los helenos
de todos los países, entre los que figuraban cerca de 20,000 desterrados, el rey
hizo que su decreto fuese leído por el heraldo coronado en el torneo de los
heraldos: “ ¡El rey Alejandro a los desterrados de las ciudades griegas, salud!
No somos nosotros los culpables de vuestro destierro; pero queremos que sea con
cedido a todos el retorno a sus patrias, con la sola excepción de aquellos que sean
culpables de delitos de sangre. En vista de lo cual hemos ordenado a Antipáter
que obligue a cumplir esta disposición a las ciudades que se nieguen a obedecerla
voluntariamente” . La proclamación del heraldo fué acogida con interminables y
clamorosos gritos de júbilo, y los desterrados, acompañados de sus compatriotas,
se dirigieron por todas partes hacia el tan largamente ansiado suelo patrio.
Sólo Atenas y los etolios se negaron a cumplir las órdenes del rey. Los eto-
lios habían expulsado de su suelo a los eníades y temían su venganza, tanto más
cuanto que Alejandro se había pronunciado en favor de ellos y de su derecho.
Los atenienses, por su parte, veían en peligro la posesión de la isla más impor