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398 DISGREGACION DE PARTIDOS EN ATENAS
Grecia a participar con ardiente emulación en la gran empresa, ya que el tratado
concertado por todos no imponía a los estados helénicos solamente el deber, sino
que les confería también el derecho a intervenir. Pero los estados que llevan la
pauta en la Hélade entendían el patriotismo y la causa nacional de otro modo.
Ya hemos visto cómo, en el año de la batalla de Isos, Atenas estuvo a punto de
empeñar su poder marítimo al servicio de los persas, cómo el rey Agis caía com
batiendo contra los macedonios por los mismos días en que Darío era asesinado
en su huida y cómo los pequeños estados esperaban a recibir la noticia de su
primera victoria para sumarse a él.
i» La derrota de los espartanos en el verano del año 330 devolvió la tranqui
lidad a la Hélade, pero el descontento y la insensibilidad continuaban. Aquellos
helenos no comprendían la grandeza de la época que estaban viviendo. "¿Qué
hay de inesperado y de inaudito —dice Esquines en un discurso pronunciado en
el otoño del año 330— que no haya acaecido en nuestros días? Pues nuestra
vida no ha sido la vida acostumbrada de los hombres, sino años que serán consi
derados como una época portentosa por quienes vivan después de nosotros."
Y desde que estas palabras se pronunciaran habían ocurrido portentos todavía
mayores; estos cinco años habían sido tan ricos en pasmosas hazañas en la lejana
Asia como mezquinos y adormilados en el interior de la Hélade, pues mientras
allí se conquistaban los países de la Bactriana y la India y se abría a la navegación
el océano índico, aquí seguía imperando la sutil trivialidad del particularismo inter-
esBTal^y'fo^o se reducía a acumular frases sobre frases; no cabía duda: el valor
moral o, si se prefiere, el peso específico de la política helénica y de sus estados-
ciudades iba reduciéndose cada vez más.
La pujanza arrolladora del poder macedonio, a la que ya no era posible oponer
una resistencia que había sido el único fermento animador de la vida pública en
los estados de la Hélade, sobre todo en Atenas y Esparta, habíase paralizado
hasta el último resto de la energía política de las masas, y las fronteras entre los
partidos, que venían girando exclusivamente en torno a la divisa de por o contra
Macedonia, empezaron a desdibujarse y confundirse.
Por lo menos, en Atenas podemos observar este proceso de desintegración
de los partidos y de creciente inestabilidad por parte del demos. Licurgo, que por
espacio de doce años había regentado de un modo magnífico las finanzas del
estado, hubo de entregarlas, después de las elecciones del año 336, en manos
de Menesaicmo, adversario suyo en lo político y en lo personal. El apasionado
Hipereides, que siempre había estado al lado de Demóstenes, se apartó dé él des
de los sucesos del 330, en' que los adversarios de Macedonia dejaron pasar la
ocasión de lanzar al estado en armas contra ella, y no tardó en convertirse en
acusador suyo. Es cierto que Esquines no se encontraba ya en Atenas, pues había
salido de su patria para establecerse en la isla de Rodas en vista de que los jura
dos atenienses, en el proceso contra Ctesifón —celebrado a raíz de la denota del
rey Agis—, habían fallado a favor del acusado y, por tanto, indirectamente, a
favor de que se tributase un homenaje a Demóstenes. Pero seguía en Atenas