Page 396 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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MOTIN MILITAR EN OPIS 393
hallan exentos de impuestos y cargas públicas. Finalmente, ninguno de vosotros
cayó, bajo mi mando, mientras huía. Ahora, me propongo licenciar a aquellos
de vosotros que esten cansados ya de la guerra, para que sean la admiración y el
orgullo de su patria. ¿Queréis marchar todos? ¡Pues marchaos en buen hora!
Y cuando lleguéis a vuestra patria, decid que habéis abandonado a vuestro rey,
al vencedor de los persas, de los medas, de los bactrianos y de los sacios, al domi
nador de los uxios, los arajosios y los drangianos, al hombre que conquistó la
Partía, la Jorasmia y la Hircania a lo largo del mar Caspio, al que cruzó el Cáuca-
so más allá de los desfiladeros caspios, que atravesó el Oxo, el Tanais y el Indo,
como antes de él sólo lo hiciera Dionisos, y el Hidaspes, el Acesines y el Hiaro-
tis, como habría atravesado también el Hifasis si vosotros no se lo hubiéseis im
pedido; que bajó pbr el Indo hasta el Océano, que recorrió los desiertos de la
Gedrosia que nadie cruzara antes de él a la cabeza de un ejército, cuya flota vino
navegando desde el Indo hasta la Persia; que habéis abandonado a este rey, a
Alejandro, y habéis confiado su persona a los bárbaros vencidos para que la pro
tejan; no dudéis que cuando ello se conozca quedaréis cubiertos de gloria ante los
hombres y ante los dioses. ¡Así, pues, idos cuando queráis!” Dicho esto, bajó
de la tribuna con paso airado y marchó presuroso hacia la ciudad.
Los macedonios, sobrecogidos, callaban; sólo siguieron a Alejandro los ofi
ciales de la guardia y los más allegados a él entre los hetairas. Poco a poco, em
pezó a ceder la tensión angustiosa del silencio. Así lo habían querido, así lo
tenían. ¿Y ahora, qué? ¿Qué va a suceder ahora?, preguntábase la tropa. Todos
estaban despedidos, ya no eran soldados; los vínculos del servicio militar que a
todos los unían habían quedado rotos; ya no tenían dirección, habían quedado pri
vados de consejo y de voluntad; unos gritaban que querían quedarse, otros que
querían partir; el tumulto y el griterío iban en aumento, nadie mandaba allí, na
die obedecía, cada cual tiraba por su lado; el ejército que había conquistado un
mundo no era ya más que un tropel de hombres en tumulto.
Alejandro habíase encerrado en el palacio real de Opis; estaba excitadísimo y
no se cuidaba siquiera de su cuerpo; no quería ver a nadie, no quería hablar.
Pasaron así el primer día y el segundo. Mientras tanto, en el campamento de los
macedonios el desconcierto había llegado a un grado peligroso; los resultados del
motín y la desgracia de haber conseguido en demasía lo que tan insensatamente
habían reclamado manifestáronse muy pronto y de un modo temible; aquellos
hombres, confiados a su suerte y a su anarquía, impotentes y desconcertados vien
do que nadie les ofrecía resistencia, sin decisión para querer ni fuerza para actuar,
sin sentir ya el derecho, el deber ni el honor propios de la clase a la que pertene
cían, ¿qué podían hacer, si el hambre o la desesperación no los empujaban a la
violencia abierta?
Alejandro debía guardarse de adoptar ninguna resolución extrema; pero, al
mismo tiempo, quería hacer la última tentativa, indudablemente arriesgada, para
obligar a los macedonios a arrepentirse de su paso. Decidió confiarse por entero
a las tropas asiáticas, formarlas con arreglo a los métodos del ejército macedonio y