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388 REORGANIZACION DEL EJERCITO
El camino más indicado para ello era incorporar a los asiáticos a las filas
de las tropas macedonias, con iguales armas y con los mismos honores militares;
hacía ya cinco años que Alejandro había adoptado las providencias necesarias
para ello, al reclutar jóvenes capaces de empuñar las armas en todas las satrapías del
imperio y hacer que fuesen armados y adiestrados con., arreglo a los métodos ma
cedonios. El medio más rápido y más seguro para la helenización de los pueblos
del oriente era también el de habituar a la juventud al armamento, al servicio
militar y a la táctica de los helenos, el de incorporarla al ejército del imperio e
inculcarle directamente aquel espíritu militar que, por el momento, hacía las veces
de una nacionalidad unida y nueva dentro de la órbita del inmenso imperio
cimentado sobre las armas.
Eran muchas las razones que aconsejaban el llamar precisamente ahora a
la juventud asiática a las filas del ejército. La cifra total de los macedonios que
servían en activo había quedado reducida por las campañas indias y la desastrosa
marcha a través de Gedrosia a unos 25,000 hombres, de los cuales casi la mitad
llevaban bajo las armas desde el año 334. Era evidente que estos veteranos, des
pués de tantas fatigas y penalidades, sobre todo después de todo lo que habían
sufrido y peleado en la India y de lo que habían vivido en el desierto de la
muerte, se sentirían embotados para lanzarse a nuevas empresas y debían ser en
viados a descansar y a disfrutar, por fin, de lo que habían ganado. Alejandro
no podía desconocer que la realización de los grandes planes que ocupaban su
espíritu infatigable requerían el entusiasmo, el celo de emulación, las energías
físicas y morales de tropas jóvenes y que el orgullo, el amor propio y la obstina
ción de aquellos veteranos macedonios podían fácilmente convertirse para él en
una traba, tanto más cuanto que se hallaban en una relación de intimidad y
camaradería con su rey y habituados a una libertad de juicios y de actos que no
parecía encajar ya muy bien dentro de las nuevas circunstancias. Alejandro tenía
sus razones para temer que aquellos soldados intentaran repetir con cualquier
motivo las escenas del Hifasis, pues pensaban, seguramente, que no había sido el
infortunio general, sino su voluntad decidida lo que había obligado a Alejandro
a ceder. Parece que desde aquel día se hizo perceptible un cierto enfriamento
entre el rey y los macedonios que servían en el ejército, y ciertos hechos ocurridos
posteriormente habían contribuido a acentuarlo; la misma reacción que el ejército
había tenido ante su ofrecimiento generoso de cancelar las deudas habíale hecho
sentir, indudablemente, lo hondo que había calado en su seno la desconfianza
hacia él. Confiaba, probablemente, en que la liberalidad ilimitada con que había
repartido dádivas y honores entre los macedonios y las fiestas de las bodas, con las
que se beneficiaran también miles de veteranos, habrían contribuido a reconquistar
le la simpatía sin reservas del viejo ejército; pero, si ese era su propósito, no lo había
logrado. Iba acercándose una peligrosa crisis, cuyo proceso no hacía más que
acelerarse ante cada uno de los nuevos pasos que se daban hacia la helenización
del imperio. Todo ello hacía que debiera darse prisa en rodearse de un nuevo ejér-