Page 394 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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MOTIN MILITAR EN OPIS 391
sarios todos los canales, algunos de los cuales estaban cegados y otros destruidos
por las aguas.
M O TÍN M ILIT A R E N OPIS
Sería ya el mes de julio cuando el ejército y la flota llegaron a la ciudad de
Opis; las tropas acamparon en las cercanías de la rica ciudad. El estado de irri
tación de los macedonios no se había calmado, ni mucho menos, desde que sa
lieran de Susa; los rumores más exagerados y absurdos sobre lo que Alejandro
se proponía hacer con ellos encontraban oídas y exacerbaban y ponían en tensión
sus preocupaciones.
En estas condiciones de ánimo fué convocado el ejército para reunirse en
asamblea. Las tropas congregáronse en una llanura que había delante de la ciudad.
El rey tomó la palabra para comunicarles algo que creía habría de llenarlos de
satisfacción: di joles que muchos de ellos estaban ya agotados por largos años
de servicios, de heridas y de penalidades; que no quería destinarlos a colonizar las
nuevas ciudades como a otros que habían sido licenciados antes que ellos; que
sabía que tenían grandes deseos de volver a su patria; que aquellos veteranos que de
searan seguir a su lado serían recompensados por su abnegación de modo que pu
dieran ser envidiados por los que regresasen a sus casas y despertaran en los jó
venes de su patria el afán de correr los mismos peligros y alcanzar la misma gloria;
y que, puesto que ahora el Asia estaba ya sometida y pacificada, podrían ser
licenciados del ejército muchos veteranos. Al llegar aquí, Alejandro vióse inte
rrumpido por un salvaje y confuso griterío, entre el cual pudieron percibirse voces
como éstas: que estaba harto de los veteranos y quería deshacerse de ellos, para
rodearse solamente de bárbaros; que, después de haberlos explotado, agradecía
cuanto habían hecho por él con el desprecio, arrojándolos, ya viejos y sin fuerzas,
a su patria y a sus padres, quienes se los habían, entregado en condiciones muy
distintas. El tumulto iba creciendo por momentos: que los despidiera a todos
y saliera en lo sucesiyo a pelear con aquel a quien llamaba padre. Aquello no era
ya una asamblea, sino un tropel de soldados amotinados. Alejandro, ciego de ira,
bajó de la tribuna como estaba, desarmado, y se mezcló entre la muchedumbre
tumultuosa, seguido de los oficiales de su séquito; agarró con poderoso puño a los
escandalosos que tenía más cerca y se los entregó a sus hipaspistas, señalando a
uno y otro lado para que sus leales detuvieran a otros. Fueron apresados trece,
todos ellos condenados a morir. El terror puso fin al tumulto. Cuando las tropas
se hubieron calmado, Alejandro pronunció un segundo discurso, destinado a
apaciguar los espíritus.
No sabemos si las palabras que Arriano pone en sus labios procederán de
una buena fuente o si serían inventadas por el historiador, en consonancia con la
situación; de todos modos, merecen ser reproducidas en su tenor esencial:
“No vuelvo a dirigiros la palabra para revocar vuestro licénciamiento, pues
por mí podéis iros a donde queráis; no os retendré. Quiero únicamente haceros
saber lo que habéis llegado a ser gracias a mí. Mucho es lo que debéis a mi padre,