Page 397 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
P. 397
394 MOTIN MILITAR EN OPIS
distinguirlas con todos los honores reservados antes a sus veteranos; tenía razones
para esperar que cuando éstos vieran que se disolvía así el último vínculo que
los unía a su rey, harían una de dos cosas: implorarían perdón, arrepentidos, o
se dejarían llevar de la cólera y recurrirían a las armas, en cuyo caso estaba seguro
de que, a la cabeza de sus tropas asiáticas, dominaría fácilmente a aquel tropel de
hombres sin dirección. Al tercer día, mandó llamar a su palacio a los persas y a
los medas, les expuso su plan, escogió de entre ellos los capitanes y los mandos
para el nuevo ejército, confirió a muchos de ellos el nombre honorífico de pa
rientes del rey y les otorgó el privilegio del beso, con arreglo a las costumbres
orientales; después, las tropas asiáticas fueron divididas, al modo macedonio, en
hiparquías y falanges y se formaron una agema persa, un cuerpo de hetairos per
sas de a pie, un destacamento de hipaspistas persas, la caballería persa de los
hetairos y una agema persa de a caballo; los puestos de guardia del palacio fueron
cubiertos con persas y se encomendó a éstos el servicio palaciego. Los macedonios
recibieron órdenes de evacuar el campamento y de irse a donde quisieran, a menos
que prefirieran elegir un jefe de entre ellos y empuñar las armas contra Alejandro,
para que, una vez vencidos por él, se diesen cuenta de que sin él no eran nada.
Tan pronto como esta orden fué conocida en el campamento, los veteranos
no pudieron contenerse; corrieron al palacio real y depositaron sus armas ante las
puertas, en señal de sumisión y arrepentimiento; agolpados ante las puertas ce
rradas del palacio, gritaban y suplicaban que les dejasen entrar para entregar a
los instigadores del motín, diciendo que no se retirarían de allí ni de día ni de
noche hasta que Alejandro los perdonase.
No pasó mucho tiempo antes de que Alejandro saliera; viendo a sus vete
ranos arrepentidos, escuchando sus gritos de alegría al verle y sus sinceras lamen
taciones por lo ocurrido, no pudo contener las lágrimas; luego, se acercó para
dirigirles la palabra; todos se agolparon en torno a él y no cesaban en sus súplicas,
como si temieran las primeras palabras de su rey, tal vez irritado todavía. Un
oficial viejo y respetado, llamado Calines, uno de los hiparcas de la caballería, se
adelantó para hablar en nombre de todos: dijo que lo que más dolía a los mace
donios era ver que el rey había nombrado a persas para que fuesen sus hetairos,
el que los persas tuvieran ahora el honor de llamarse parientes suyos y de poder
besarle, honor que ningún macedonio había alcanzado nunca. A lo cual, Alejan
dro exclamó: “Pues si es así, os hago a todos parientes míos desde ahora, y ya
*» os podéis dar por nombrados.” Y, dirigiéndose hacia Calines, le abrazó y le besó,
y todos los macedonios que quisieron se acercaron a él para besarle; después de
lo cual, recogieron sus armas y se retiraron al campamento entre gritos de alegría
y gran algazara. Por su parte, Alejandro ordenó que se festejase la reconciliación
con un gran sacrificio, y él sacrificó a los dioses como solía hacerlo. En seguida
celebróse un gran banquete, al que asistió casi todo el ejército, en el centro el rey,
cerca de él los macedonios, a continuación los persas y más allá los soldados de
las demás nacionalidades del Asia; Alejandro bebió de los mismos jarros que sus
tropas y compartió también sus ofrendas; sacerdotes helenos y magos persas con