Page 408 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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MANEJOS DE HARPALO EN ATENAS 405
segura y honrosa, echaban sobre los hombros del estado ateniense una respon
sabilidad que había de colocarlo muy pronto en una situación extraordinariamen
te equívoca.
No cabe duda de que Filoxeno reiteraría enérgicamente la reclamación para
que el delincuente fuera entregado, y seguramente es cierto que la misma peti
ción fué formulada por Antipáter y por Olimpia. Una mañana, Harpalo desapa
reció, a pesar de las guardias que se le habían puesto. No habría podido evadirse,
evidentemente, si la comisión encargada de su vigilancia, con Demóstenes a la
cabeza, hubiese cumplido con su deber, inmediatamente empezó a decirse y a
creerse -—cosa muy comprensible— que Demóstenes se había dejado sobornar
a sí mismo y a los demás.
Lo menos que Demóstenes podía hacer, en aquellas circunstancias, era soli
citar la inmediata investigación de lo ocurrido, de la cual fué encargado también
el areópago. El estratega Filocles solicitó y obtuvo un acuerdo del pueblo en
idéntico sentido.
Las averiguaciones del areópago avanzaban con bastante lentitud. No se
había llegado aún a una decisión sobre la concesión de honores divinos a Alejan
dro, y era necesario tomar cuanto antes un acuerdo para despachar a los embaja
dores y que éstos llegaran a Babilonia antes del regreso del rey a esta ciudad.
Nuevamente fueron llevados ante el demos los dos problemas: el de si debían
concederse los honores divinos solicitados y el de si se aceptaba la readmisión de
los desterrados atenienses; Demóstenes intervino repetidas veces en estos debates.
“Cuando creiste —dice más tarde Hipereides en el proceso contra Demóstenes—
que había llegado el momento en que el areópago publicaría los nombres de las
personas sobornadas, te sentiste de pronto belicoso y pusiste a toda la ciudad en
estado de agitación para poder sustraerte a las revelaciones de los jueces; pero
como el areópago iba demorando la publicación de los hechos, por no haber llega
do aún a conclusiones definitivas, aconsejaste que le fuesen concedidos a Alejan
dro los honores de Zeus, de Poseidón y de cuantos dioses quisiera ser”. Así, pues,
Demóstenes aconsejó que se cediese en lo tocante a los honores divinos y que en
lo referente a los desterrados se mantuviera una posición intransigente. Este fué
el acuerdo que recayó y en este sentido se dieron instrucciones a los embajadores,
los que salieron para su destino como a comienzos de noviembre.
Harpalo, después de huir de Atenas, había ido a refugiarse a Tenaro, de
donde —en vista de que ya no había esperanzas de que Atenas se levantara contra
los macedonios— se trasladó en unión de sus mercenarios y con sus tesoros
a la isla de Creta, donde fué asesinado por su amigo el espartano Tibrón, quien
luego huyó con los mercenarios y los tesoros a la Cirenaica. El esclavo y confi
dente de Harpalo que le llevaba las cuentas escapó a Rodas. Entregado a Filo
xeno, declaró todo lo que sabía del dinero robado.
Gracias a ello, Filoxeno pudo enviar a Atenas la relación de las cantidades
gastadas por Harpalo y de las personas que las habían recibido. En esta lista no
figuraba el nombre de Demóstenes. Al cabo de seis meses el areópago había