Page 421 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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418 POLITICA INTERIOR DE ALEJANDRO
dades con todas sus consecuencias, buenas y malas, saludables y perniciosas, en
una palabra, emanciparlos y hacerlos aptos para la vida histórica: tal fué la obra
que el helenismo intentó realizar en el Asia y que en parte realizó, aunque no en
la época misma de Alejandro, sino más tarde.
Ivlás rápida y decisiva fué la transformación moral operada por esta época
histórica en el pueblo macedoriib y en los' pueblos helénicos. En uno y otros se
advierte ya en tiempo de Alejandro la exaltación de las potencias de la capacidad
y la voluntad, la tensión de las exigencias y las pasiones, la tendencia a vivir en el
momento y para él, el realismo despiadado; y, sin embargo, la diferencia que entre
los dos se percibe, desde todos estos puntos de vista, es muy grande. El macedo-
nio, que hace no más de treinta años era un hombre de un candor rústico, que
vivía pegado al terruño, contento con la sobriedad de una patria pobre e indife
rente a todo lo demás, no piensa ahora más que en la fama, en el poder y en la
lucha; se siente dueño y señor de un mundo nuevo y más orgulloso de despreciar
lo que de haberlo conquistado; de sus interminables campañas guerreras ha vuelto
a su tierra con aquel amor propio obstinado, con aquella fría brusquedad militar,
con aquel desprecio por el peligro y por la propia vida que los tiempos de los
diádocos habrán de revelar con harta frecuencia en forma de caricatura; y si las
grandes conmociones históricas vividas imprimen su sello a la mentalidad y a
la fisonomía de los pueblos, no cabe duda de que las cicatrices adquiridas en los
diez años de guerra en el oriente, las profundas arrugas que dejaron en su rostro
toda aquella serie interminable de penalidades, privaciones y desarreglos de todas
:lases, acabaron creando un nuevo tipo de macedonio. ¡Cuán distinto el carácter
helénico de esta época, dentro de su propia patria! Su tiempo ha pasado; estos
helenos, en otro tiempo tan vigorosos, no se sienten impulsados por el estímulo
de nuevas hazañas ni por la conciencia de su poder político: se contentan, senci
llamente, con el brillo de sus recuerdos; la jactancia suple en ellos a la fama y,
saciados ya de goces, buscan la forma más superficial y senil de ellos, el cambio;
viven de un modo frívolo, voluble, parresiástico, cada cual para si, rehuyendo
toda responsabilidad y toda sumisión a cualquier autoridad, sin cohesión ni disci
plina alguna, y así, el helenismo, dentro de la Gran Grecia, marcha hacia esa mul
tiplicidad ingeniosa, nerviosa y superficial de ocupaciones, hacia esa cultura sim
plemente aprendida que marca siempre la fase final de la vida de un pueblo; todo
lo positivo, todo lo que sostiene y cohesiona, incluso la conciencia de haberse
convertido en escoria, se pierde; la obra de la cultura se ha consumado.
Cabe afirmar, cierto es, que gracias a esta obra de cultura, por muy nivela
dora y repelente que aparezca en detalle, se quebrantó la fuerza del paganismo y
se hizo posible un desarrollo más espiritual de la religión. Nada más eficaz, en
este sentido, que aquel singular fenómeno de la mezcla de dioses, de la teocracia,
en el que, siglos después, habrían de tomar parte todos los pueblos del helenismo.
Las deidades, los cultos, los mitos del paganismo pueden ser considerados,
evidentemente, como la expresión más peculiar y más viva de la diversidad histó
rica y etnográfica de los pueblos, y en ello precisamente residía la más grande