Page 258 - Egipto Tomo 1
P. 258
246 EL CAIRO
conocemos cuanto resta del antiguo Fénix: hora es ya de que nos fijemos en el joven pájaro
del Sol surgido de sus cenizas.
Regresamos al Cairo desandando el camino que antes hemos recorrido. El asno que
montamos no es menos infatigable que su conductor Ahmed, tipo tradicional del pihuelo
egipcio, del cual tendremos en adelante frecuentes ocasiones de hablar. Atravesamos la
ciudad en toda su extensión, de Norte á Sud; cruzamos el Khalig que la corta diagonalmente
de uno á otro extremo, y que, según se dice, fué abierto por Amr, con el propósito de
enlazar el Nilo con el mar Rojo. Hemos llegado al punto donde tiene su origen. Aquí
comienza el antiguo Cairo, esta modesta madre de una hija hermosísima, la Fostat de los
árabes durante los primeros siglos del Islam. Llegados al extremo meridional, y después de
un breve paseo á través de las calles , que tienen todo el aspecto de una pequeña población
de provincia, penetramos en un barrio de humilde apariencia, en el cual se conservan
una puerta fortificada de la época romana, es la Babilonia
algunos restos de muralla y
egipcia; el fuerte en el cual durante dilatados siglos estuvo de guarnición una de las legiones
que mantuvieron el Egipto bajo la obediencia de los Césares de Roma y de Rizancio. El
castillo en su lado occidental hallábase bañado por las aguas del Nilo, que en este punto
se separan en dos brazos, dando lugar á la formación de una isla que afecta la forma de
la hoja del olivo silvestre: es Roda, la cual, en otro tiempo hallábase unida á Rabiloma
por medio de un puente.
Los orígenes de la historia del Cairo y de la dominación árabe se hallan estrechamente
unidos á estos sitios.
En el año 638 de Jesucristo, un reducido número de creyentes que habian adoptado
la nueva religión de Mahoma, conducidos por Amr-ibn-el-Asi , trasladóse de la Siria al
Egipto. Amr al frente de cuatro mil de los suyos, cayó, cerca de Farama, sobre el poderoso
después de un mes de
ejército del emperador, que dirigia el gobernador griego Makankas, y
lucha derrotóla completamente, merced á la ayuda que le prestaron los coptos, es decir,
los cristianos indígenas, que profesaban la doctrina monofisita. El autor principal de
semejante defección fué nada ménos que el arzobispo de Alejandría Benjamín; pues en
aquellos tiempos de miserables luchas dogmáticas, los griegos ortodoxos que cerraban las
iglesias, saqueaban los cenobios, destruían la fortuna de sus rivales exigiéndoles cuantiosas
contribuciones, v les privaban hasta de la libertad, constituían para los monofisitas adver-
sarios más odiosos que los mismos musulmanes, á los cuales se abaron, por lo mismo que
veian en ellos verdaderos libertadores, con condiciones suficientes para arrojar del país á
los Césares heréticos, á los sacerdotes, á los empleados y en suma á todos aquellos que
opresores. Después de repetidos combates los griegos
eran mirados como verdugos y
acabaron por encerrarse en Babilonia donde les sitió Amr, á quien el califa Ornar envió
auxilios de gente y de dinero.
Los soldados árabes de ese tiempo eran verdaderos héroes: sus hombres de Estado
profundos políticos, en nada inferiores á las eminentes figuras cuyo recuerdo ha conservado