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296 EL CAIRO
del artista que las llevó á ejecución no vacila en decir: «Para comunicar tanta luz á todas
»esas figuras y follajes, por fuerza debió mojar sus pinceles en el mismísimo sol.»
El edificio más importante del Cairo, construido en la época de los fatimitas, es la
mezquita debida al segundo de los sucesores de Mo’ezz. Medio derruido, no son muchos los
objetos que conserva verdaderamente dignos de atención; pero cuando se sabe lo que fue la
vida de su fundador Hakim, es fuerza convenir en que dicho califa, que subió al trono á la
edad de once años, constituye una de las figuras más singulares que ofrece la historia, y una
de aquellas cuya personalidad resulta más incomprensible, á consecuencia de los contradicto-
rios aspectos que ofrece . Para que de ella se forme idea bastará consignar que durante los
años postreros de su existencia imaginó ser dios, y esta presunción se generalizó en tales
términos, que la secta de los Drusos, que cuenta todavía numerosos prosélitos en la Siria, le
tiene por una encarnación del Altísimo, creyendo que desapareció para volver un dia y
recibir la adoración del mundo entero. En cuanto al Cairo no le es deudor de grandes
distinciones, y por lo que toca á sus habitantes fueron tratados de diferentes maneras según
era la momentánea
disposición de su espíritu. Los coptos y los cristianos unas veces
tuvieron que sufrir todo el rigor de sus persecuciones; pero en cambio en ocasiones distintas
les concedió los beneficios de la libertad más completa, y hasta consintió que volvieran á su
primitiva creencia aquellos que, por temor á sus rigores, habían adoptado los preceptos del
Islam. El pueblo, es decir, las clases más humildes entre las cuales habíase complacido
en orar en los primeros años de su juventud, y cuya voluntad le había ganado merced á su
inagotable liberalidad, le amaba con pasión: en cambio las clases superiores le temían y le
odiaban. Su nombre pronunciado en el harem de los ricos producía una verdadera conster-
nación, pues no sólo prohibía en absoluto á las mujeres el que pusieran los piés en la calle,
sino que tenia vedado el que entraran en las casas hasta á los vendedores de comestibles.
Grandeza de alma y pequeñez de espíritu; severidad desordenada y bondadosa dulzura;
afabilidad v orgullo elevado hasta la más alta infatuación \ r devoción estrecha é intolerable
hasta el último extremo respecto de la doctrina chiita; y completa aversión á las creencias
de sus padres: todas estas tendencias contradictorias pasaron y se sucedieron una á otra en
su pecho voluble y su alma tornadiza. Hoy se presentaba en las calles seguido de un
esplendente, y mañana recorría la ciudad montado en pacífico jumento
cortejo numeroso y
como el más humilde de sus súbditos, ó permanecía dias enteros metido en el interior de
aposentos herméticamente cerrados, cuyas tinieblas disipaba por medio de antorchas y luces
artificiales: hasta en cierta ocasión, cual el César romano, puso fuego con sus propias manos
á su regia morada. Al fin acabó de desaparecer sin dejar huellas de su paso, en uno de sus
paseos nocturnos sobre las vertientes del Mokatam. Lo verosímil es que pereciera á manos
de asesinos; pero ello es que los drusos aguardan todavía su reaparición.
Tres son las mezquitas que mandó construir, y de ellas la más notable, que era la que
llevaba su nombre, se vino al suelo á consecuencia de un terremoto. El majestuoso edificio
terminado por un alminar que nada tiene de notable, como no sea el hallarse en bastante