Page 414 - Egipto Tomo 1
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330 EL CAIRO
al trono á la temprana edad de nueve años; pero depuesto en virtud de una conspiración
tramada por emires ambiciosos, ocupólo segunda vez, y después de haber llevado á cabo
grandes y brillantes empresas abdicó voluntariamente, retirándose al palacio de la ciudadela
donde concluyó su dilatado reinado de cuarenta y tres años. Fué un príncipe inteligente, pero
desconfiado; laborioso y hábil, pero ávido de placeres, y desgraciadamente inclinado á toda
especie de dispendiosas fantasías. Durante el segundo período de su gobierno derrotó á los
caballeros del Temple, arrojó á los cristianos de Arad, y llevó á ejecución la obra más
importante de su vida: la completa destrucción de los mogoles en la playa de Merdj
es-Soffar, aniquilando completamente su ejército compuesto de más de cien mil hombres.
Los habitantes del Cairo para manifestarle su regocijo por la victoria alcanzada, determi-
naron recibirle cual merecía, y al efect olevantaron un soberbio edificio, á cuyo derredor,
contenidos en vastos recipientes, veíanse verdaderos lagos de limonada, en los cuales
apagaron su sed las tropas mamelucas que regresaban á su patria ciñendo los laureles de la
victoria. Los propietarios de las casas situadas en las calles que debia recorrer el cortejo
mediante precios elevadísimos, á los innumerables
triunfal alquiláronlas por breves horas y
extranjeros que de todas partes habían acudido al Cairo con el propósito de presencial dicha
solemnidad. Para que se pueda formar idea de lo que debieron ser tales fiestas, bastará
consignar que habiendo ocurrido al cabo de algún tiempo un fuerte terremoto, que determinó
la caída de numerosos edificios, bajo cuyas ruinas perecieron sepultados muchísimos de
sus habitantes, consideróse que era un azote enviado por Dios, para castigar el 01 güilo que se
apoderara del pueblo y los devaneos á que se había entregado.
al elemento cristiano de dicho pueblo, esperábanle dias de
Por lo que dice relación
terribles pruebas, bien que por causas muy distintas. Víctimas ya de grandísimas vejaciones
(el Hombre-Dios) debieron someterse a la fuerza á las más
desde los tiempos de Hakiln
duras humillaciones. Nasir se mostró en cierto modo tolerante para con ellos, hasta el día
en que, habiéndose cruzado en su camino el enviado del sultán de Marruecos, con un
cristiano que no sólo no se apeó de su caballo, sino que al parecer no guardó á su escolta los
falta de respeto del
miramientos de costumbre, quejóse el ofendido moro de la arrogancia y
infiel, moviendo al Sultán á que renovara las prescripciones que bajo penas severísimas
imponían á los cristianos el deber de usar turbante azul, — los judíos debían llevarlo negro —
con el objeto de que á primera vista pudiese distinguírseles de los musulmanes. Las mujeres
cristianas, lo mismo que las judías, debían ostentar sobre el pecho una prenda ó coloi
les prohibió cabalgar en caballos, y áun valiéndose de asnos,
especial: á los hombres se
debían montar á mujeriegas. Prohibióse también que en los dias de fiesta se tocaran las
campanas y que cristiano alguno pudiera tener esclavos musulmanes ni emplear en servicio
propio á los creyentes como se tratara de trabajos penosos. No hay para qué decir que
no podían desempeñar el más insignificante cargo público, como tuviera carácter oficial.
Tan vejatorias disposiciones para nada más sirvieron que para dar pábulo al odio que el
populacho musulmán profesaba á los que acataban las leyes del Evangelio, en consecuencia,