Page 41 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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34 Parte I. — Vida de Abenarabi
"¡Ni que tú fueses Moisés!" Mas el apelante le replicó: "¡Ni que tú fueses Dios!"
Detuvo entonces el sultán su caballo para que le informase de lo que cLseaba
e inmediatamente atendió a su reclamación. Este sultán era señor de todo el
levante de Alandalus y se llamaba Mohámed b. Saad Aben Mardanix, en cuyo
tiempo y durante cuyo reinado nací yo en Murcia."
"En el califato de Almostánchid nací yo en Murcia, reinando en Alandalus
el sultán Abuabdala Mohámed b. Saad Aben Mardanix. Yo oía los viernes en
la mezquita que el predicador hacía en su sermón ritual la mención del nom-
bre de dicho califa Almostánchid Bilá" (1).
Pertenecía a una familia noble, rica y muy religiosa. De sus padres
refiere el mismo Abenarabi, en sus obras, hechos de piedad ejemplar.
Dos tíos suyos maternos hicieron profesión de vida ascética: uno de
ellos, Yahya Ben Yogán, abandonó el trono de Tremecén para some-
terse a la disciplina de un eremita que le obligaba a ganarse el sus-
tento diario haciendo leña en los montes para venderla por las calles
de la capital de su reino. Su otro tío, Móslem el Jaulaní, vivía entre-
gado a ejercicios tan austeros, que pasaba noches enteras de pie en
oración, azotándose cruelmente para dominar su sueño (2).
"Uno de mis tíos maternos, llamado Yahya b. Yogán, era rey en la ciudad
de Tremecén. Vivía en su tiempo, apartado del mundo, un hombre, jurisconsulto
y asceta, llamado Abdalá el Tunecino, que pasaba por ser el más devoto de
su siglo. Habitaba en un lugar de las afueras de Tremecén, que se llama
Alabad [hoy El-Eubbad, o sea el eremitorio, a 2 kms. de la ciudad] y pasaba
la vida aislado de las gentes y consagrado al servicio de Dios en la mezquita.
En ésta existe hoy su sepulcro, muy frecuentado por los fieles que lo visitan.
Mientras que este santo varón caminaba un día por la ciudad de Tremecén
(separada de Alobad por pequeña distancia, en medio de la cual se alza la
ciudadela), encontróse con él mi tío Yahya b. Yogán, rey de la ciudad, rodea-
do de su séquito y guardia. Alguien le dijo que aquel hombre era Abuabdalá
el Tunecino, el más famoso asceta de su tiempo. Detúvose entonces el rey,
tirando de la brida de su caballo, y saludó al santo, que le devolvió el saludo.
El rey, que llevaba puestas unas preciosas vestiduras, preguntóle: "¡Oh, xeij!
¿Me será lícito hacer la oración ritual llevando este vestido?" El xeij se puso
a reír, en vez de contestar a la pregunta. "¿De qué te ríes?", le dijo el rey.
"De la cortedad de tu entendimiento—le respondió— , de la ignorancia en que
(1) Mohadara, I, 34.
(2) Fotuhat, U, 23.