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376 OBRAS DE SELGAS.
— Bueno ¡ Bueno ! Ahora te entras del bal-
¡ !
cón; estás delicada, y ya es casi de noche. ¡Pues!
Charlando con la vecina. Yo no digo que no la
quieras y que no la trates ; pero tanto balcón es
una tecla. Y lo estoy viendo : esa amiga te va á
costar caro. No sé qué le encuentras, porque lo
que es á mí, no me pasa de los dientes adentro.
; Te entran á ti unas amistades
Leocadia no contestó nada á su madre. Se
acercó ai piano; pero no pudo combinar dos no-
tas. Habló poco en el resto de la. noche; parecía
distraída, y se acostó temprano : temprano, y
triste.
IV.
Leocadia y Victoria no se veían siempre por
los balcones , porque algunas veces pasaba la
una á la casa de la otra y se les iba, bien la ma-
,
ñana ó bien la tarde, charla que te charla.
Al volver á encontrarlas , las hallamos en el
tocador de Leocadia , porque ésta había madru-
gado poco , y estaba dando la última mano á su
tocado , cuando se presentó Victoria. Venía la
vecina magníficamente peinada y la nube de
,
rizos negros que se levantaban sobre su frente
daba mayor realce á la expresión audaz de su
fisonomía.
Primero la vió Leocadia en la luna del espejo