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37 8 OBRAS DE SELGAS.
— Yo sola — volvió á contestar Victoria.
,
Ambas se quedaron contemplándose mejor
;
dicho, Leocadia contemplando á Victoria y Vic-
,
toria dejando que su amiga la contemplara.
Esta última hizo un movimiento de curiosi-
dad satisfecha , el mismo que hace el niño al
descubrir el resorte que da vida al juguete que
tiene entre las manos , y exclamó de pronto
— ¡Ah!
— ¿Qué?— preguntó Victoria.
— Que ya sé en lo que consiste el particular
encanto que traes esta mañana.
— ; Lo sabes?
— Sí.
— Veamos; ¿en qué consiste?
— Consiste (dijo Leocadia) en ese lazo de co-
lor de fuego que llevas prendido en la cabeza.
¡Oh , sí! Es un hermoso color, que sobre lo negro
de tus cabellos produce un efecto que deslum-
hra. Mira, parece un relámpago en una nube.
— ¿Te gusta? — preguntó Victoria.
— ¡Oh, sí! Me gusta mucho. ¡Está puesto
con una gracia , con un gusto! Vamos ; pareces
otra. ¡ Qué original
— Es un capricho. Yo no tengo doncella que
piense por mí, y esta mañana no sabía qué ha-
cer de mi toilette, y he hecho esto.
— Ha sido una buena idea (añadió Leocadia),
que quiero plagiar. Quiero imitarte.