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dicho que era mi nuera, debe ser que estaba casada con mi
hijo.
—Entonces, este joven es...
—Mi hijo, desde luego, no.
Y Heathcliff sonrió, como si fuera una
extravagancia atribuirle la paternidad de aquel oso.
—Mi nombre es Hareton Earnshaw —gruñó el otro— y le
aconsejo que lo pronuncie con el máximo respeto.
—Creo haberlo respetado —respondí mientras me reía para mis
adentros de la dignidad con que había hecho su presentación
aquel individuo.
Él me miró durante tanto tiempo y con fijeza tal, que me hizo
experimentar deseos de abofetearle o de echarme a reír en sus
propias barbas. Comenzaba a sentirme disgustado en aquel
agradable círculo familiar. Aquel ingrato ambiente neutralizaba
el confortable calor que físicamente me rodeaba, y resolví no
volver por tercera vez.
Concluida la colación, y en vista de que nadie pronunciaba una
palabra, me acerqué a la ventana para ver el tiempo que hacía.
El espectáculo era muy desagradable; la noche caía
prematuramente y la ventisca barría las colinas.
—Creo que sin alguien que me guíe, no voy a poder volver a
casa — exclamé, sin poder contenerme. —Los caminos deben
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