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—Confío en que esto le sirva de lección para hacerle desistir de
dar paseos
—gritó la voz de Heathcliff desde la cocina. —Yo no tengo
alcobas para los visitantes. Si se queda, tendrá que dormir con
Hareton o con José en la misma cama.
—Puedo dormir en una de las butacas de este cuarto —repuse.
—¡Oh, no! Un forastero, rico o pobre, es siempre un forastero.
No permitiré que nadie haga guardia en la plaza cuando yo no
estoy de servicio — dijo el miserable.
Mi paciencia había llegado al colmo. Me precipité hacia el patio,
lanzando un juramento, y al salir tropecé con Earnshaw. La
oscuridad era tan profunda, que yo no atinaba con la salida, y
mientras la buscaba, asistí a una muestra del modo que tenían
de tratarse entre sí los miembros de la familia. Parecía que el
joven al principio, se sentía inclinado a ayudarme, porque les
dijo:
—Le acompañaré hasta el parque.
—Le acompañarás al infierno —exclamó su pariente, señor o lo
que fuera.
—¿Quién va a cuidar entonces de los caballos?
—La vida de un hombre vale más que el cuidado de los
caballos... —dijo la señora Heathcliff con más amabilidad de la
que yo esperaba. —Es preciso que vaya alguien...
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