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como especial favor, si no dejas de provocarme. ¡Y basta! Mira

                  —agregó, sacando un libro de un estante


                  —: cada vez progreso más en la magia negra. Muy pronto seré


                  maestra en la ciencia oculta. Y para que te enteres, la vaca roja

                  no murió por casualidad, y tu reumatismo no es una prueba de

                  la bondad de la Providencia...


                  —¡Cállese, malvada! —gritó el viejo. —¡Dios nos libre de todo


                  mal!


                  —¡Estás condenado, reprobó! Sal de aquí si no quieres que te

                  ocurra algo verdaderamente malo. Voy a modelar muñecos de


                  barro o de cera que os reproduzcan a todos, y al primero que se

                  extralimite, ya verás lo que le haré...


                   Se acordará de mí... Vete... ¡Qué te estoy mirando!


                  Y la pequeña bruja puso tal expresión de malignidad en sus


                  ojos, que José salió precipitadamente, rezando y temblando,

                  mientras murmuraba:


                  —¡Malvada, malvada!



                  Supuse que la joven había querido gastar al viejo una broma

                  lúgubre, y en cuanto nos quedamos solos, quise interesarla en

                  mi problema.


                  —Señora Heathcliff —dije con seriedad— perdone que la


                  moleste. Una mujer con una cara como la suya tiene

                  necesariamente que ser buena. Indíqueme alguna señal, algún

                  lindero que me oriente para conocer mi camino. Tengo la







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