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El interés práctico apunta a la necesidad de los grupos humanos de vivir formando parte del mundo, de
vivir con y en el mundo y no de dominarlo, compartir con el ambiente para mantener su supervivencia.
A diferencia del interés técnico, el interés práctico, no se refiere a: “¿qué puedo hacer?”, sino a: “¿qué
debo hacer?” Para responder esto hace falta comprender el significado de la situación (y para ello hay
que interactuar con la realidad) y llevar a cabo la acción “correcta” o buena (acción “práctica”) en un
ambiente o realidad concreta y específica. Es decir, en el aquí y el ahora. Para comprender la realidad en
una situación concreta y específica el sujeto cognoscente no la objetiviza, sino que, por el contrario, es
necesario que se involucre con ella y en ella. Así por ejemplo, tal como hace el antropólogo cuando quiere
conocer una cultura de un pueblo primitivo, en vez de situarse como un observador externo, imparcial,
no contaminado, objetivo, se introduce en la comunidad en cuestión y vive en ella y con ellos, durante un
determinado tiempo, comprometiéndose y experimentando en carne propia el género de vida propio de
dicha cultura. De este modo, se subjetiviza la realidad y el tipo de conocimiento que se genera es
subjetivo, no objetivo.
No se trata de una acción “sobre” un ambiente o realidad objetiva previamente, como en el interés
técnico, sino de una acción “con” el ambiente (físico o humano) considerado como un sujeto en la
interacción, por lo que “la confianza por tanto, en la validez de la interpretación, depende del acuerdo
con los demás respecto de su racionalidad y bondad, lo que exige la necesidad de un acuerdo, al menos
entre dos sujetos agentes”. De aquí nace la idea esencial del consenso, para la interpretación del
significado. Así pues, los conceptos claves para entender el interés práctico son comprensión,
interacción y consenso o negociación de significados, y también el concepto de deliberación o juicio
práctico.
La proyección de esta racionalidad práctica a los asuntos de la educación tiene como base la “interacción”
entre personas en forma intencionada, en el sentido de que el mejoramiento o desarrollo de los sujetos
implica el ejercicio continuo de la deliberación o juicio práctico para la interpretación del significado de
las acciones. De este modo, como señala Grundy, si bien tanto las ciencias empírico-analíticas como las
interpretativas “tienen que transformar la acción humana en algo distinto para estudiarla”, mientras las
primeras se dedican a “estudiar la conducta, dividiendo la acción en pequeñas partes ‘manejables’ para
experimentar con ellas y analizarlas, las ciencias interpretativas, en cambio, tratan la acción en un sentido
mucho más global, como acción comunicativa, como interacción simbólica, la que se rige por normas
obligatorias consensuadas, que definen las expectativas recíprocas respecto a las conductas de modo que
puedan ser comprendidas y reconocidas por dos sujetos agentes a lo menos”.
Por ello, las teorías en este tipo de conocimiento informado por el interés práctico constituyen
interpretaciones consensuadas de significados respecto a una realidad en un contexto particular, para
juzgar la razonabilidad de la acción en términos de su bondad (Ética o Moral) para los seres humanos.
Esto implica una reflexión sobre los supuestos o significaciones de la acción misma, en el contexto o
situación particular en que ésta ocurre. Por tanto, la teoría se valida por el juicio práctico o deliberación;
supone un diálogo o interacción entre la teoría y la práctica en forma continua y no una relación de
subordinación como en el tipo de conocimiento derivado del interés técnico. Así, las teorías en el campo
de la educación no son predictivas, sino que deben ser completadas con la reflexión sobre la acción
misma, en las circunstancias y contextos en que ésta ocurre. Se trata pues en este caso de un tipo de
conocimiento histórico, idiosincrático y contextuado y que no pretende la generalización ni la predicción.
Este tipo de racionalidad que genera el denominado paradigma práctico que conceptualiza la educación
fundamentalmente como proceso de construcción social, en que si bien acepta la función de
reproducción cultural que la educación tiene, también le reconoce una función de transformación
cultural y social. Plantea que los seres humanos nacen y se desarrollan en el seno de una cultura
determinada, con la cual interactúan permanentemente y que la educación debe proveer las condiciones
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