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Para la normalidad, para los burgueses aspiracionales

universitarios, para la televisión, los formadores de la realidad,

yo caminé a contra mano.

Me enamoré de un hombre de 45 años con hijos, que

alardeaba con sus libros y títulos universitarios.

Yo no tenía nada de eso, no había pisado una facultad

más que para vender panes afuera a los estudiantes. Tampoco

tenía hijes, y la idea de cuidar a sus niñes me gustaba.

Despertaba mi costado tierno y maternal. Entonces era fácil

obnubilarme con todo eso. Y así fue.

Las promesas suyas eran todo lo que había querido

escuchar, vivir juntos, compartir la crianza de sus hijos y

pensar en un hijo propio, nuestro. Así que hicimos todo eso.

En menos de un año de relación tuvimos a nuestre hije.

Y podría culpar a la pandemia, al virus, al coronavirus,

por mi situación, pero sería mentira. Ya no importa.

En esta nueva realidad que nos moviliza a todos y nos hizo

cambiar todas las rutinas, lo cotidiano como tomar un mate

con otre, todo nos cambió, los trabajos desde las casas. En esto

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