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¿Qué hacía yo en un colegio de curas? Las respuestas
deben ser muchas. Pero la que me dieron mis padres al
terminar la primaria en una escuela pública fue “queremos
que ustedes decidan por sí mismos si quieren ser católicos o
no”.
¿Por qué? ¿Para qué? ¿No bastaban sus experiencias
para evitarnos eso? Evidentemente, la presión social pudo
más. Imagínense la presión social como una bolsa. En ella hay
una abuela que teje durante horas en cada iglesia, catedral, o
templo católico que encuentre, portarretratos y cuadros
colgados en el consultorio de mi papá de gente llena de
cadenitas con cruces o rosarios en la entrega de diplomas de
medicina, cenas familiares o protocolares de algún congreso,
un tío que quiere que sus sobrinos vayan a un colegio de
monjas, y caras, muchas caras que aparecen como fantasmas
que dicen “doctor, sus hijos deben ir a un buen colegio de
curas el nene y de monjas las nenas”, “señora, ¿usted no
bautizó a los niños?” “los hijos de un doctor deben recibir
orientación religiosa” “la gente de bien va a la iglesia”.
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