Page 31 - El Hobbit
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descubrió que se había venido sin pañuelo!
        —¡Bravo!  —dijo  Balin,  que  estaba  de  pie  a  la  puerta  de  la  posada,
      esperándolo.
        Y entonces aparecieron todos los demás doblando la curva del camino que
      venía de la villa. Montaban en poneys, y de cada uno de los caballos colgaba toda
      clase  de  equipajes,  bultos,  paquetes  y  chismes.  Había  un  poney  pequeño,
      aparentemente para Bilbo.
        —Arriba vosotros dos, y adelante —dijo Thorin.
        —Lo  siento  terriblemente  —dijo  Bilbo—,  pero  me  he  venido  sin  mi
      sombrero, me he olvidado el pañuelo de bolsillo, y no tengo dinero. No vi vuestra
      nota hasta después de las 10:45, para ser precisos.
        —No  seas  preciso  —dijo  Dwalin—,  y  no  te  preocupes.  Tendrás  que
      arreglártelas sin pañuelos y sin buena parte de otras cosas antes de que lleguemos
      al final del viaje. En lo que respecta al sombrero, yo tengo un capuchón y una
      capa de sobra en mi equipaje.
        Y  así  fue  como  se  pusieron  en  marcha,  alejándose  de  la  posada  en  una
      hermosa mañana poco antes del mes de mayo, montados en poneys cargados de
      bultos; y Bilbo llevaba un capuchón de color verde oscuro (un poco ajado por el
      tiempo) y una capa del mismo color que Dwalin le había prestado. Le quedaban
      muy grandes, y tenía un aspecto bastante cómico. No me atrevo a aventurar lo
      que  su  padre  Bungo  hubiese  dicho  de  él.  Sólo  le  consolaba  pensar  que  no  lo
      confundirían con un enano, pues no tenía barba.
        Aún  no  habían  cabalgado  mucho  tiempo  cuando  apareció  Gandalf,
      espléndido, montando un caballo blanco. Traía un montón de pañuelos y la pipa y
      el tabaco de Bilbo. Así que desde entonces cabalgaron felices, contando historias
      o  cantando  canciones  durante  toda  la  jornada,  excepto,  naturalmente,  cuando
      paraban a comer. Esto no ocurrió con la frecuencia que Bilbo hubiese deseado,
      pero ya empezaba a sentir que las aventuras no eran en verdad tan malas.
        Cruzaron primero las tierras de los hobbits, un extenso país habitado por gente
      simpática, con buenos caminos, una posada o dos, y aquí y allá un enano o un
      granjero que trabajaba en paz.
        Llegaron  luego  a  tierras  donde  la  gente  hablaba  de  un  modo  extraño  y
      cantaba canciones que Bilbo no había oído nunca. Se internaron en las Tierras
      Solitarias, donde no había gente ni posadas y los caminos eran cada vez peores.
      No mucho más adelante se alzaron unas colinas melancólicas, oscurecidas por
      árboles.  En  algunas  había  viejos  castillos,  torvos  de  aspecto,  como  si  hubiesen
      sido construidos por gente maldita. Todo parecía lúgubre, pues el tiempo se había
      estropeado. Hasta entonces el día había sido tan bueno como pudiera esperarse
      en  mayo,  aún  en  las  historias  felices,  pero  ahora  era  frío  y  húmedo.  En  las
      Tierras Solitarias se habían visto obligados a acampar en un lugar desapacible,
      pero, al menos, seco.
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