Page 35 - El Hobbit
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no  están  custodiados,  y  aquí  además  han  oído  hablar  del  rey  en  contadas
      ocasiones, y cuanto menos preguntas hagas menos dificultades encontrarás. —
      Alguno dijo: —Al fin y al cabo somos catorce. —Otros: —¿Dónde está Gandalf?
      —pregunta que fue repetida por todos.
        En  ese  momento  la  lluvia  empezó  a  caer  más  fuerte  que  nunca,  y  Oin  y
      Gloin iniciaron una pelea.
        Esto puso las cosas en su sitio: —Al fin y al cabo, tenemos un saqueador entre
      nosotros  —dijeron;  y  así  echaron  a  andar,  guiando  a  los  poneys  (con  toda  la
      precaución  debida  y  apropiada)  hacia  la  luz.  Llegaron  a  la  colina  y  pronto
      estuvieron en el bosque. Subieron la pendiente, pero no se veía ningún sendero
      adecuado  que  pudiera  llevar  a  una  casa  o  una  granja.  Continuaron  como
      pudieron,  entre  chasquidos,  crujidos  y  susurros  (y  una  buena  cantidad  de
      maldiciones  y  refunfuños)  mientras  avanzaban  por  la  oscuridad  cerrada  del
      bosque.
        De súbito la luz roja brilló muy clara entre los árboles no mucho más allá. —
      Ahora  le  toca  al  saqueador  —dijeron  refiriéndose  a  Bilbo—.  Tienes  que  ir  y
      averiguarlo todo de esa luz, para qué es, y si las cosas parecen normales y en
      orden —dijo Thorin al hobbit—. Ahora corre, y vuelve rápido si todo está bien. Si
      no, ¡vuelve como puedas! Si no puedes, grita dos veces como lechuza de granero
      y una como lechuza de campo, y haremos lo que podamos.
        Y allá tuvo que partir Bilbo, antes de poder explicarles que era tan incapaz de
      gritar como una lechuza como de volar como un murciélago.
        Pero, de todos modos, los hobbits saben moverse en silencio por el bosque, en
      completo silencio. Era una habilidad de la que se sentían orgullosos, y Bilbo más
      de una vez había torcido la cara mientras cabalgaban, criticando ese « estrépito
      propio de enanos» ; pero me imagino que ni vosotros ni yo hubiéramos advertido
      nada  en  una  noche  de  ventisca,  aunque  la  cabalgata  hubiese  pasado  casi
      rozándonos. En cuanto a la sigilosa marcha de Bilbo hacia la luz roja, creo que no
      hubiera  perturbado  ni  el  bigote  de  una  comadreja,  de  modo  que  llegó
      directamente al fuego —pues era un fuego— sin alarmar a nadie. Y esto fue lo
      que vio.
        Había  tres  criaturas  muy  grandes  sentadas  alrededor  de  una  hoguera  de
      troncos de haya, y estaban asando un carnero espetado en largos asadores de
      madera y chupándose la salsa de los dedos. Había un olor delicioso en el aire.
      También había un barril de buena bebida a mano, y bebían de unas jarras. Pero
      eran trolls. Trolls sin ninguna duda. Aún Bilbo, a pesar de su vida retirada, podía
      darse cuenta: las grandes caras toscas, la estatura, el perfil de las piernas, por no
      hablar del lenguaje, que no era precisamente el que se escucha en un salón de
      invitados.
        —Carnerro ayer,  carnerro  hoy  y maldición si  no  carnerro  mañana —dijo
      uno de los trolls.
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