Page 34 - El Hobbit
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grises, pues cuando descendían hacia un valle profundo con un río en el fondo,
      empezó a oscurecer. Se levantó viento, y los sauces se mecían y susurraban a lo
      largo de las orillas. Por fortuna el camino atravesaba un antiguo puente de piedra,
      pues el río crecido por las lluvias bajaba precipitado de las colinas y montañas
      del norte.
        Era casi de noche cuando lo cruzaron. El viento desgajó las nubes grises y
      una luna errante apareció entre los jirones flotantes. Entonces se detuvieron, y
      Thorin  murmuró  algo  acerca  de  la  cena  y  —¿Dónde  encontraremos  un  lugar
      seco para dormir?
        En  ese  momento  cayeron  en  la  cuenta  de  que  faltaba  Gandalf.  Hasta
      entonces  había  hecho  todo  el  camino  con  ellos,  sin  decir  si  participaba  de  la
      aventura o simplemente los acompañaba un rato. Había hablado, comido y reído
      como el que más… Pero ahora simplemente ¡no estaba allí!
        —¡Vaya,  justo  en  el  momento  en  que  un  mago  nos  sería  más  útil!  —
      suspiraron Dori y Nori (que compartían los puntos de vista del hobbit sobre la
      regularidad, cantidad y frecuencia de las comidas).
        Por fin decidieron que acamparían allí mismo. Se acercaron a una arboleda,
      y aunque el terreno estaba más seco, el viento hacía caer las gotas de las hojas y
      el  plip-plip  molestaba  bastante.  El  mal  parecía  haberse  metido  en  el  fuego
      mismo.  Los  enanos  saben  hacer  fuego  en  cualquier  parte,  casi  con  cualquier
      cosa, con o sin viento, pero no pudieron encenderlo esa noche, ni siquiera Oin y
      Gloin, que en esto eran especialmente mañosos.
        Entonces uno de los poneys se asustó de nada y escapó corriendo. Se metió
      en el río antes de que pudieran detenerlo; y antes de que pudiesen llevarlo de
      vuelta, Fili y Kili casi murieron ahogados, y el agua había arrastrado el equipaje
      del  poney.  Naturalmente,  era  casi  todo  comida,  y  quedaba  muy  poco  para  la
      cena, y menos para el desayuno.
        Todos se sentaron, taciturnos, empapados y rezongando, mientras Oin y Gloin
      seguían intentando encender el fuego y discutiendo el asunto. Bilbo reflexionaba
      tristemente que las aventuras no eran sólo cabalgatas en poney al sol de mayo,
      cuando Balin, el oteador del grupo, exclamó de pronto: —¡Allá hay una luz! —un
      poco apartada asomaba una colina con árboles, bastante espesos en algunos sitios.
      Fuera de la masa oscura de la arboleda, todos pudieron ver entonces el brillo de
      una luz, una luz rojiza, confortadora, como una fogata o antorchas parpadeantes.
        Luego de observarla un rato, se enredaron en una discusión. Unos decían que
      « sí»  y otros decían que « no» . Algunos opinaron que lo único que se podía hacer
      era  ir  y  mirar,  y  que  cualquier  cosa  sería  mejor  que  poca  cena,  menos
      desayuno, y ropas mojadas toda la noche.
        Otros dijeron: —Ninguno de estos parajes es bien conocido, y las montañas
      están demasiado cerca. Rara vez algún viajero se aventura ahora por estos lados.
      Los mapas antiguos ya no sirven, las cosas han empeorado mucho. Los caminos
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