Page 1044 - El Señor de los Anillos
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las provisiones podrían alcanzar hasta el final del viaje, pero una vez cumplida la
      misión, no habría nada más: se encontrarían solos, sin un hogar, sin alimentos en
      medio de un pavoroso desierto. No había ninguna esperanza de retorno.
        « ¿Así  que  era  esta  la  tarea  que  yo  me  sentía  llamado  a  cumplir,  cuando
      partimos?» , pensó Sam. « ¿Ayudar al señor Frodo hasta el final, y morir con él?
      Y bien, si esta es la tarea, tendré que llevarla a cabo. Pero desearía con toda el
      alma  volver  a  ver  Delagua,  y  a  Rosita  Coto  y  sus  hermanos,  y  al  Tío,  y  a
      Maravilla y a todos. Me cuesta creer que Gandalf le encomendara al señor Frodo
      esta  misión,  si  se  trataba  de  un  viaje  sin  esperanza  de  retorno.  Fue  en  Moria
      donde las cosas empezaron a andar atravesadas, cuando Gandalf cayó al abismo.
      ¡Qué mala suerte! El habría hecho algo.»
        Pero  la  esperanza  que  moría,  o  parecía  morir  en  el  corazón  de  Sam,  se
      transformó de pronto en una fuerza nueva. El rostro franco del hobbit se puso
      serio, casi adusto; la voluntad se le fortaleció de súbito, un estremecimiento lo
      recorrió de arriba abajo, y se sintió como transmutado en una criatura de piedra
      y acero, inmune a la desesperación y la fatiga, a quien ni las incontables millas
      del desierto podían amilanar.
        Sintiéndose  de  algún  modo  más  responsable,  volvió  los  ojos  al  mundo,  y
      pensó en la próxima movida. Y cuando la claridad aumentó, notó con sorpresa
      que lo que a la distancia le habían parecido bajíos desnudos e informes era en
      realidad una llanura anfractuosa y resquebrajada. La altiplanicie de Gorgoroth
      estaba  surcada  en  toda  su  extensión  por  grandes  cavidades,  como  si  en  los
      tiempos en que era aún un desierto de lodo hubiera sido azotada por una lluvia de
      rayos y peñascos. Los bordes de los fosos más grandes eran de roca triturada y
      de ellos partían largas fisuras en todas direcciones. Un terreno de esa naturaleza
      se habría prestado para que alguien fuerte y que no tuviese prisa alguna pudiera
      arrastrarse de un escondite a otro sin ser visto, excepto por ojos especialmente
      avizores. Para los hambrientos y cansados, y que todavía tenían por delante un
      largo camino antes de morir, era de un aspecto siniestro.
        Reflexionando  en  todas  estas  cosas,  Sam  volvió  junto  a  su  amo.  No  tuvo
      necesidad de despertarlo. Frodo estaba acostado boca arriba con los ojos abiertos
      y observaba el cielo nuboso.
        —Bueno, señor Frodo —dijo Sam—, fui a echar un vistazo y estuve pensando
      un poquito. No se ve un alma en los caminos, y convendría que nos alejáramos
      de aquí cuanto antes. ¿Le parece que podrá?
        —Podré —dijo Frodo—. Tengo que poder.
      Una  vez  más  emprendieron  la  marcha,  arrastrándose  de  hueco  en  hueco,
      escondiéndose  detrás  de  cada  reparo,  pero  avanzando  siempre  en  una  línea
      sesgada  hacia  los  contrafuertes  de  la  cadena  septentrional.  Al  principio,  el
      camino que corría más al este iba en la misma dirección, pero luego se desvió y
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