Page 348 - El Señor de los Anillos
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Habían marchado hasta los límites de las fuerzas de los hobbits y estaban todos
pensando en un lugar donde pudieran dormir, cuando de pronto las paredes de la
izquierda y la derecha desaparecieron; luego de atravesar una puerta abovedada
habían salido a un espacio negro y vacío. Una corriente de aire tibio soplaba
detrás de ellos y delante una fría oscuridad les tocaba las caras. Se detuvieron y
se apretaron inquietos unos contra otros.
Gandalf parecía complacido.
—Elegí el buen camino —dijo—. Por lo menos estamos llegando a las partes
habitables y sospecho que no estamos lejos del lado este. Pero nos encontramos
en un sitio muy alto, más alto que la Puerta del Arroyo Sombrío, a menos que
me equivoque. Tengo la impresión de que estamos ahora en una sala amplia. Me
arriesgaré a tener un poco de verdadera luz.
Alzó la vara, que relampagueó brevemente. Unas grandes sombras se
levantaron y huyeron y durante un segundo vieron un vasto cielo raso sostenido
por numerosos y poderosos pilares tallados en la piedra. Ante ellos y a cada lado
se extendía un recinto amplio y vacío: las paredes negras, pulidas y lisas como el
vidrio, refulgían y centelleaban. Vieron también otras tres entradas; un túnel
negro se abría ante ellos y corría en línea recta hacia el este y había otros dos a
los lados. Luego la luz se apagó.
—No me atrevería a nada más por el momento —dijo Gandalf—. Antes
había grandes ventanas en los flancos de la montaría y túneles que llevaban a la
luz en las partes superiores de las Minas. Creo que hemos llegado ahí, pero afuera
es otra vez de noche y no podremos saberlo hasta mañana. Si no me equivoco,
quizá veamos apuntar el amanecer. Pero mientras tanto será mejor no ir más
lejos. Descansemos, si es posible. Las cosas han ido bien hasta ahora y la mayor
parte del camino oscuro ha quedado atrás. Pero no hemos llegado todavía al fin y
hay un largo trayecto hasta las puertas que se abren al mundo.
La Compañía pasó aquella noche en la gran sala cavernosa, apretados todos en
un rincón para escapar a la corriente de aire frío que parecía venir del arco del
este. Todo alrededor de ellos pendía la oscuridad, hueca e inmensa, y la soledad
y vastedad de las salas excavadas y las escaleras y pasajes que se bifurcaban
interminablemente eran abrumadoras. Las imaginaciones más descabelladas que
unos sombríos rumores hubiesen podido despertar en los hobbits, no eran nada
comparados con el miedo y el asombro que sentían ahora en Moria.
—Tiene que haber habido aquí toda una multitud de enanos en otra época —
dijo Sam— y todos más atareados que tejones durante quinientos años haciendo
todo esto, ¡y la mayor parte en roca dura! ¿Para qué, me pregunto? Seguramente
no vivirían en estos agujeros oscuros.
—No son agujeros —dijo Gimli—. Esto es el gran reino y la ciudad de la