Page 58 - El Señor de los Anillos
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partió una vez más. Durante uno o dos años había vuelto bastante a menudo;
llegaba inesperadamente de noche y partía sin aviso antes del alba. No hablaba
de sus viajes y ocupaciones y le interesaban sobre todo los pequeños
acontecimientos relacionados con la salud y las actividades de Frodo.
De pronto las visitas se interrumpieron y hacía ya casi nueve años que Frodo
no veía ni oía a Gandalf. Comenzaba a pensar que el mago no volvería y que
habría perdido todo interés por los hobbits. Pero aquella tarde, mientras Sam
regresaba caminando y la luz del crepúsculo se apagaba poco a poco, Frodo oyó
en la ventana del estudio un golpe familiar.
Sorprendido y encantado, dio la bienvenida al viejo amigo. Se observaron un
instante.
—¿Todo bien, no? —preguntó Gandalf—. ¡Estás siempre igual, Frodo!
—Lo mismo que tú —replicó Frodo, aunque le parecía que Gandalf estaba
más viejo y agobiado.
Le pidió noticias de él mismo y el ancho mundo y pronto estuvieron metidos
en una conversación que se prolongó hasta altas horas de la noche.
A la mañana siguiente, luego de un desayuno tardío, el mago se sentó junto a la
ventana abierta del estudio. Un fuego brillante ardía en el hogar, aunque el sol era
cálido y el viento soplaba del sur. Todo parecía fresco: el verde nuevo de la
primavera asomaba en los campos y en las yemas de los árboles.
Gandalf recordaba otra primavera, unos ochenta años atrás, cuando Bilbo
había partido de Bolsón Cerrado sin llevarse ni siquiera un pañuelo. El mago tenía
el cabello más blanco ahora y la barba y las cejas quizá más largas y la cara
más marcada por las preocupaciones y la experiencia, pero los ojos le brillaban
como siempre y fumaba haciendo anillos de humo con el vigor y el placer de
antaño.
Fumaba ahora en silencio y Frodo estaba allí sentado y muy quieto,
ensimismado. Aun a la luz de la mañana sentía la sombra oscura de las noticias
que Gandalf había traído. Al fin quebró el silencio.
—Gandalf, anoche empezaste a contarme cosas extrañas sobre mi Anillo —
dijo—, y en seguida callaste diciendo que tales asuntos era mejor ventilarlos a la
luz del día. ¿No piensas que sería mejor terminar la conversación ahora? Me has
dicho que el Anillo es peligroso; mucho más peligroso de lo que creo. ¿En qué
sentido?
—En muchos sentidos —respondió el mago—. Es mucho más poderoso de lo
que me atreví a pensar en un comienzo, tan poderoso que al fin puede llegar a
dominar a cualquier mortal que lo posea. El Anillo lo poseería a él.
» En tiempos remotos fueron fabricados en Eregion muchos anillos de elfos,
anillos mágicos como vosotros los llamáis; eran, por supuesto, de varias clases,
algunos más poderosos y otros menos. Los menos poderosos fueron sólo ensayos,