Page 61 - El Señor de los Anillos
P. 61
haga daño, por ejemplo. Hubiera podido seguir viviendo así largos años y muy
feliz; la influencia se detuvo cuando se libró del Anillo; y él mismo decidió
dejarlo, no lo olvides. No, ya no me inquieto por el querido Bilbo, que resolvió
terminar con el Anillo. Eres tú quien me hace sentir responsable. Desde la partida
de Bilbo me he interesado profundamente en ti y en todos estos encantadores,
absurdos y desvalidos hobbits. Si el Poder Oscuro se apoderase de la Comarca,
sería un doloroso golpe para el mundo; si vuestros amables, alegres, estúpidos
Bolger, Corneta, Boffin, Ciñatiesa y los demás, sin mencionar a los ridículos
Bolsón, fuesen esclavizados…
—¿Pero por qué nos esclavizaría? —preguntó Frodo estremeciéndose—. ¿Y
para qué querría esos esclavos?
—Te diré la verdad —replicó Gandalf—; creo que hasta ahora, « hasta
ahora» , grábalo en tu mente, el Poder Oscuro ha pasado por alto la existencia de
los hobbits. Tendríais que estar agradecidos, pero vuestra seguridad es ya cosa del
pasado. El Poder no os necesita: tiene sirvientes mucho más útiles, pero ya no
olvidará a los hobbits. Le agradaría más verlos como esclavos miserables, que
felices y libres. ¡En todo esto hay maldad y venganza!
—¡Venganza! ¿Venganza de qué? Todavía no entiendo qué tiene que ver todo
esto con Bilbo, conmigo y con nuestro Anillo.
—Todo tiene que ver —dijo Gandalf—. Todavía no sabes en qué peligro te
encuentras. Yo tampoco estaba seguro la última vez que vine, pero ha llegado la
hora de hablar. Dame el Anillo un momento.
Frodo lo sacó del bolsillo del pantalón, donde lo guardaba enganchado a una
cadena que le colgaba del cinturón. Lo soltó y se lo alcanzó lentamente al mago.
El Anillo se hizo de pronto muy pesado, como si él mismo o Frodo no quisiesen
que Gandalf lo tocara.
Gandalf lo sostuvo. Parecía de oro puro y sólido.
—¿Puedes ver alguna inscripción? —preguntó a Frodo.
—No —dijo Frodo—, no hay ninguna. Es completamente liso y no tiene
rayas ni señales de uso.
—Bien, ¡entonces mira!
Ante la sorpresa y zozobra de Frodo el mago arrojó el Anillo al fuego. Frodo
gritó y buscó las tenazas, pero Gandalf lo retuvo.
—¡Espera! —le ordenó con voz autoritaria, echando a Frodo una rápida
mirada desde debajo de unas erizadas cejas.
No hubo en el Anillo ningún cambio aparente. Un momento después Gandalf
se levantó, cerró los postigos y corrió las cortinas. La habitación se oscureció, se
hizo un silencio y se oyó el ruido de las tijeras de Sam, ahora cerca de la
ventana. El mago se quedó unos minutos mirando el fuego; luego se inclinó, sacó
el Anillo con las tenazas, poniéndolo sobre la chimenea y en seguida lo tomó con