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                                  El  concepto  de  progreso  actúa  como  un  mecanismo  de  protección  destinado  a
                                  defendernos de los terrores del futuro.

                                                        De Frases escogidas de Muad’Dib, por la PRINCESA IRULAN



           En  su  decimoséptimo  aniversario,  Feyd-Rautha  Harkonnen  mató  a  su  centésimo

           esclavo-gladiador en los juegos familiares. Los visitantes observadores de la Corte
           Imperial  —el  Conde  y  Dama  Fenring—  se  encontraban  en  el  mundo  natal  de  los
           Harkonnen,  Giedi  Prime,  para  el  acontecimiento,  y  fueron  invitados  a  sentarse

           aquella  tarde  con  la  familia  inmediata  en  el  palco  dorado  encima  de  la  arena
           triangular.
               En honor del aniversario del na-Barón, y a fin de recordar a todos los Harkonnen

           y a sus súbditos que Feyd-Rautha era el heredero designado, aquel día fue declarado
           festivo en Giedi Prime. El viejo Barón decretó que todo trabajo fuera interrumpido de
           uno a otro meridiano, y en la ciudad familiar de Harko no se regateó ningún esfuerzo

           para crear una ilusión de alegría: estandartes ondeando en todos los edificios, una
           nueva capa de pintura en las paredes a lo largo de toda la Gran Avenida.
               Pero, entre una casa y la otra, el Conde Fenring y su Dama vieron montones de

           inmundicias, y las paredes destilando suciedad que se reflejaban en los charcos de
           agua sucia entre los cuales la gente andaba furtivamente.
               Tras los azules muros de la morada del Barón reinaba una perfección inspirada en

           el terror, pero el Conde y su Dama vieron el precio pagado: guardias por todos lados,
           y armas con aquel brillo particular que a un ojo entrenado indicaba un frecuente uso.

           Había puestos de control en casi todas las calles, incluso en el interior del castillo.
           Los  sirvientes  revelaban  su  adiestramiento  militar  en  su  forma  de  andar,  en  sus
           hombros rígidos… en la forma en que sus atentos ojos lo observaban todo, vigilando
           y vigilando.

               —La presión aumenta —murmuró el Conde a su Dama en su lengua secreta—. El
           Barón  apenas  empieza  a  ver  el  precio  que  realmente  está  pagando  por

           desembarazarse del Duque Leto.
               —Un día te contaré la leyenda del fénix —dijo ella.
               Se  encontraban  en  la  sala  de  recepción  del  castillo,  en  espera  de  acudir  a  los
           juegos familiares. No era una sala amplia —quizá cuarenta metros de largo por la

           mitad de ancho— pero falsos pilares a lo largo de las paredes uniéndose en ángulo
           agudo con un techo ligeramente arqueado daban la ilusión de un espacio mucho más

           amplio.
               —Ahhh, aquí está el Barón —dijo el Conde.
               El  Barón  avanzaba  a  lo  largo  de  la  sala  con  aquel  peculiar  andar  flotante




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