Page 343 - Dune
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Y  por  encima  de  todo  ello,  la  salvaje  jihad  aparecía  siempre  ante  él,  con  la
           violencia y la matanza. Era como un escollo dominando las olas.
               El grupo enfiló a través de la última puerta y penetró en la caverna principal. La

           puerta fue sellada. Las luces fueron apagadas, los orificios de la caverna abiertos de
           nuevo, revelando la noche y las estrellas brillando sobre el desierto.
               Jessica avanzó hacia el reseco borde, más allá del umbral de la caverna, y miró

           hacia arriba, hacia las estrellas. Eran brillantes y nítidas. Había gente moviéndose a
           su alrededor, oyó el sonido de un baliset que era afinado a sus espaldas, y la voz de
           Paul ajustando el tono con la boca cerrada. Había una melancolía en aquella voz que

           no le gustó.
               La voz de Chani resonó en lo hondo de la oscuridad de la caverna.
               —Háblame de las aguas de tu mundo natal, Paul-Muad’Dib.

               Y Paul:
               —En otro momento, Chani. Te lo prometo.

               Tanta tristeza.
               —Es un buen baliset —dijo Chani.
               —Muy bueno —dijo Paul—. ¿Crees que Jamis me odiará si lo uso?
               Habla de los muertos en presente, pensó Jessica. Las implicaciones de aquello la

           turbaron.
               —A Jamis le gustaba tocar algo a esta hora —intervino una voz de hombre.

               —Entonces, cántame una de tus canciones —pidió Chani.
               Hay tanta feminidad en la voz de esa chica, pensó Jessica. Tengo que prevenir a
           Paul acerca de sus mujeres… y pronto.
               —Es  una  canción  que  cantaba  un  amigo  mío  —dijo  Paul—.  Creo  que  ya  está

           muerto ahora… Gurney. La llamaba su canción del anochecer.
               Los  hombres  callaron,  mientras  la  suave  voz  de  tenor  de  Paul  se  alzaba  a  los

           acordes del baliset:



               En este cielo de cenizas ardientes…
               Un sol dorado se pierde en el crepúsculo.
               Qué sentidos locos, perfume de desesperación

               Son los consortes de nuestros recuerdos.



               Jessica  sintió  en  su  pecho  la  música  de  las  palabras…  pagana  y  cargada  de
           sonidos que de pronto la hicieron sentir intensamente consciente de sí misma, de su
           cuerpo y de sus necesidades, escuchó en el tenso silencio:



               Perlas de incienso en el réquiem de la noche…

               ¡Son para nosotros!



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