Page 338 - Dune
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La ceremonia terminó con un profundo canto:



               La luna llena te llama…
               Verás a Shai-Hulud:
               Roja la noche, oscuro el cielo,

               Sangrienta la muerte que tú has tenido.
               Rogamos a la luna: su faz es redonda…
               Nos traerá suerte y abundancia,

               Y aquello que siempre hemos buscado
               En el país de la sólida tierra.



               A  los  pies  de  Stilgar  sólo  quedaba  un  ventrudo  saco.  Se  acuclilló,  apoyó  sus

           manos sobre él. Alguien acudió a su lado y se acuclilló junto a él, y Paul reconoció el
           rostro de Chani bajo las sombras de su capucha.
               —Jamis llevaba treinta y tres litros y siete dracmas y un tercio del agua de la tribu
           —dijo Chani—. Yo la bendigo ahora en presencia de una Sayyadina. ¡Ekkeri-akairi,

           esta es el agua, fillissin-follasy de Paul-Muad’Dib! Kivi a-kavi, nunca más, nakalas!
           ¡Nakalas! lo que debe ser metido y contado, ¡ukair-an! por los latidos del corazón

           jan-jan-jan de nuestro amigo… Jamis.
               En un brusco y profundo silencio, Chani se volvió y miró a Paul. Luego dijo:
               —Donde yo soy llama, sé tú carbón. Donde yo soy rocío, sé tú agua.
               —Bi-lal kaifa —entonaron los demás.

               —A Muad’Dib va esta porción —dijo Chani—. Que él pueda conservarla para la
           tribu y preservarla de cualquier pérdida. Que él sea generoso en los momentos de

           necesidad. Que él pueda transmitirla, cuando llegue su tiempo, por el bien de la tribu.
               —Bi-lal kaifa —entonaron los demás.
               Debo aceptar esta agua, pensó Paul. Se alzó lentamente, situándose al lado de

           Chani. Stilgar se echó un poco hacia atrás para dejarle sitio, y tomó cuidadosamente
           el baliset de su mano.
               —Arrodíllate —dijo Chani.

               Paul se arrodilló.
               Ella  guió  sus  manos  sobre  el  saco  de  agua,  manteniéndoselas  apoyadas  en  su
           elástica superficie.

               —Por esta agua, la tribu te acepta —dijo—. Jamis la ha dejado. Tómala en paz.
           —Se levantó, empujando a Paul para que hiciera lo mismo.
               Stilgar le devolvió el baliset, extendiendo en su palma un montoncito de anillos

           metálicos. Paul los miró, observando que eran de diferentes tamaños y que brillaban
           bajo la luz del globo.
               Chani tomó el más grande y lo sostuvo con un dedo.




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