Page 337 - Dune
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mi hijo —regresó a su lugar.
               Y Paul recordó el desprecio en la voz de su madre cuando, tras el combate, le
           dijo: «¿Cómo se siente uno sabiéndose un asesino?».

               Una vez más, los rostros se volvieron hacia él, y sintió la rabia y el miedo en el
           grupo. Un fragmento de un librofilm que su madre le había proyectado una vez sobre
           «El Culto a los Muertos», vino a la memoria de Paul. Supo lo que tenía que hacer.

           Lentamente, Paul se puso en pie.
               Un suspiro corrió a lo largo del círculo.
               Mientras  avanzaba  hacia  el  centro  del  círculo,  Paul  notó  que  su  yo  disminuía

           progresivamente. Era como si hubiese perdido un fragmento de sí mismo y supiera
           que iba a encontrarlo allí. Se inclinó sobre el montón de objetos y tomó el baliset.
           Una cuerda sonó suavemente al tropezar con algo en la pila.

               —Yo era un amigo de Jamis —murmuró Paul en voz muy baja. Notó que los ojos
           le ardían. Se esforzó en hablar más alto—. Jamis me enseñó que… cuando… cuando

           uno  mata…  tiene  que  pagar  por  ello.  Me  hubiera  gustado  poder  conocer  mejor  a
           Jamis.
               Sin ver nada, regresó a su lugar en el círculo y se dejó caer en el suelo de roca.
               Una voz siseó:

               —¡Ha derramado lágrimas!
               Hubo un murmullo a lo largo del circulo:

               —¡Usul ha dado humedad al muerto!
               Unos dedos rozaron sus mejillas, oyó exclamaciones ahogadas. Jessica, oyendo
           las voces, percibió el profundo origen de aquellas reacciones, se dio cuenta de las
           terribles inhibiciones ligadas a las lágrimas vertidas. Se concentró en las palabras:

           «Ha dado humedad al muerto». Era un presente al mundo de las sombras… lágrimas.
           Serían sagradas más allá de toda duda. Nada en aquel planeta le había dado hasta tal

           punto  el  sentido  del  valor  supremo  del  agua.  Ni  los  vendedores  de  agua,  ni  las
           desecadas pieles de los nativos, ni los destiltrajes o las férreas leyes de la disciplina
           del agua. Allí era una sustancia mucho más preciosa que todas las demás… era la
           vida misma, entremezclada con simbolismos y ritos.

               Agua.
               —He tocado su mejilla —susurró alguien—. He sentido el presente.

               En el primer momento, aquellos dedos explorando su rostro habían alarmado a
           Paul. Apretó con fuerza el frío mango del baliset, hasta tal punto que las cuerdas se
           clavaron  en  sus  palmas.  Después  vio  los  rostros  tras  aquellas  manos  extendidas…

           ojos muy abiertos y maravillados.
               Después,  las  manos  se  retiraron.  La  ceremonia  fúnebre  prosiguió.  Pero  ahora
           había un sutil vacío alrededor de Paul, un retirarse de los demás, honrándole con un

           respetuoso aislamiento.




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