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Proferí un involuntario grito ahogado y salté hacia atrás, que era la mayor
estupidez que podía cometer. Volví a quedarme petrificada a la espera de que los
lobos se volvieran hacia mí, la presa más débil, la más fácil de cobrar. Durante unos
fugaces instantes deseé que Laurent se hiciera cargo del asunto y aplastara a la
manada de lobos. Para él debía de ser algo muy sencillo. Intuía que, de las dos
opciones posibles, ser devorada por los lobos era casi seguro la peor alternativa.
El lobo más cercano —el de pelambrera bermeja— volvió levemente la cabeza al
oír mi grito entrecortado.
Los ojos del lobo eran oscuros, casi negros. La criatura me miró durante una
fracción de segundo. Aquellos profundos ojos parecían demasiado inteligentes para
ser los de un animal salvaje.
De pronto, cuando me miraron, pensé en Jacob, y volví a dar gracias por haber
venido sola a aquella pradera de cuento de hadas repleta de monstruos siniestros. Al
menos, él no iba a morir también. Al menos, no tendría su muerte sobre mi
conciencia.
Entonces, un gruñido del jefe hizo que el lobo rojo girara la cabeza de nuevo
hacia Laurent, que contemplaba la manada de lobos gigantes con una sorpresa no
disimulada, y con miedo. Eso podía entenderlo, pero me quedé pasmada cuando, sin
previo aviso, se dio media vuelta y desapareció entre los espesos árboles.
Salió corriendo.
Los lobos fueron tras él un segundo después; cruzaron la hierba del claro a la
carrera, con cuatro brincos, entre gruñidos y chasquidos de fauces tan fuertes que,
por instinto, me llevé las manos a los oídos. El sonido desapareció con sorprendente
rapidez una vez que se perdieron en el bosque.
Luego volví a estar sola.
Se me combaron las rodillas y caí al suelo sobre las manos mientras en mi
garganta se agolpaban los sollozos.
Era consciente de que debía irme, e irme ya. ¿Cuánto tiempo iba a transcurrir
antes de que los lobos que habían ido en pos de Laurent dieran media vuelta y
vinieran a por mí? ¿O Laurent se revolvería contra ellos? ¿Y si era él a quien
buscaban?
Pese a todo, al principio no logré moverme. Me temblaban brazos y piernas y
no sabía cómo arreglármelas para ponerme de pie una vez más.
Tenía la mente bloqueada por el miedo, el pavor y la confusión. No era capaz de
comprender lo que acababa de presenciar.
Un vampiro no debería huir de unos perrazos como ésos. ¿Qué daño podían
causar los colmillos de los lobos en su piel de granito?
Y los lobos deberían haber rehuido a Laurent. No tenía sentido alguno que le
persiguieran ni aun desconociendo el miedo debido a su tremendo tamaño. Dudaba
de que el olor de la piel marmórea de Laurent se pareciera al de la comida. ¿Por qué
habían ignorado a una presa débil y de sangre caliente como yo para perseguirle a él?
No me cuadraba.
Una fría brisa azotó el prado haciendo que la hierba se ondulara como si algo
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