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AUTOR                                                                                               Libro
                     —¿Qué ha pasado? —inquirió.
                     Una vez más decidí que la mejor opción era contarle la verdad, o al menos una
               parte. Estaba demasiado desasosegada para fingir que había vivido en el bosque un
               día sin incidentes.
                     —Vi   al   oso   —intenté   decirlo   con   calma,   pero   la   voz   me   salió   aguda   y
               temblorosa—. Aunque no es un oso, sino una especie de lobo, y son cinco. Uno negro
               y enorme, otro gris, otro de pelaje rojizo...
                     Charlie puso unos ojos como platos. Avanzó una zancada hacia mí y me aferró
               por los hombros.
                     —¿Estás bien?
                     Cabeceé débilmente una vez.
                     —Dime qué ha pasado.
                     —No me prestaron ninguna atención, pero salí por pies y me caí un montón de
               veces después de que se fueran.
                     Me soltó los hombros y me rodeó con los brazos. No despegó los labios durante
               un buen rato.
                     —Lobos —murmuró.
                     -¿Qué?
                     —Los agentes forestales dijeron que las huellas no encajaban con las de un oso,
               sino con las de varios lobos, aunque no de ese tamaño...
                     —Éstos eran enormes.
                     —¿Cuántos dices que viste?
                     —Cinco.

                     Charlie meneó la cabeza y torció el gesto con ansiedad. Al final, habló con un
               tono que no admitía réplica:
                     —Se acabaron las excursiones.
                     —Sin problema —le prometí fervientemente.
                     Charlie telefoneó a la comisaría para informar de lo que yo había visto. Me
               mostré un poco esquiva en cuanto al lugar exacto donde había visto a los lobos y
               señalé que había sido en el sendero que conduce al norte. No quería que papá
               supiera cuánto me había adentrado en el bosque en contra de sus deseos y, lo más
               importante de todo, no quería que nadie vagabundeara cerca de donde Laurent
               podría estar buscándome. Me ponía mala sólo de pensarlo.
                     —¿Tienes hambre? —me preguntó cuando colgó el auricular.
                     Negué con la cabeza, aunque lo normal hubiera sido estar famélica después de
               pasarme todo el día sin comer.
                     —Sólo estoy cansada —le dije. Me volví hacia las escaleras.
                     —Eh —dijo Charlie con voz cargada de repentino recelo una vez más—, ¿no
               dijiste que Jacob iba a pasar fuera todo el día?
                     —Eso es lo que me comentó Billy —le contesté, confundida por la pregunta.
                     Estudió   mi   expresión   durante   un   minuto   y   pareció   satisfecho   con   lo   que
               encontró en ella.
                     —Ajá.




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