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El péndulo de los debates políticos oscila en ambas direcciones. Cuando Bill Clinton llegó a
la presidencia en 1992, argumentó que los ricos no pagaban una parte justa de impuestos.
En otras palabras, las tasas impositivas bajas que pagaban los ricos infringían su punto de
vista sobre la equidad vertical. En 1993, el presidente Clinton aprobó una nueva ley que
aumentó la tasa impositiva para los más ricos hasta 40%. Cuando George W. Bush llegó a
la presidencia, retomó muchos de los temas de Reagan y dio marcha atrás a parte del
aumento de impuestos que Clinton había establecido y redujo la tasa impositiva más alta a
35%. Barack Obama prometió durante la campaña presidencial de 2008 que aumentaría
los impuestos que pagaban las familias de altos ingresos y parece probable que durante su
presidencia la tasa Impositiva marginal más alta aumente a niveles que no se habían visto
desde que Ronald Reagan asumió la presidencia.
La economía por sí sola no puede determinar la mejor manera de equilibrar los objetivos
de eficiencia y equidad. Para hacerlo, se requiere tomar en cuenta tanto la filosofía política
como la economía. Pero los economistas desempeñan un papel importante en este
debate: pueden esclarecer las disyuntivas que la sociedad inevitablemente enfrenta
cuando se diseña el sistema impositivo y así ayudarnos a evitar las políticas fiscales que
sacrifican la eficiencia sin reportar ningún beneficio en términos de equidad.