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LAS CUITAS DE ORIANA
Pero el Rey no se rendía a reflexiones ni ruegos,
y cada vez más aferrado a su idea, acabó por decla-
rar que Oriana sería entregada por la fuerza a los
embajadores del Patín, si no se avenía a ir con ellos
voluntariamente.
Navegando con rumbo a sus estados, supo Ama-
dís, inflamado en ira, las nuevas del casamiento
que querían imponerle a Oriana, y aceleró cuanto le
fué posible el regreso.
¡Cómo pintar la alegría de sus caballeros cuando
al cabo de siete años de ausencia volvieron a verlo
entre ellos en los palacios de la Insola Firme! Sen-
tóse a comer con sus queridos compañeros, y ha-
biendo todos con gran placer comido, e levantados
los manteles, Amadís les rogó que ninguno de su lo-
gar se moviese, que les quería fablar, y ellos lo fi-
cieron así. Viendo, pues, Amadís sosegados a aque-
llos caballeros que a las mesas estaban, atendiendo
lo que él diría, fablóles en esta guisa:
—Después que me no vistes, mis buenos señores,
muchas tierras extrañas he andado e grandes aven-
turas han pasado por mí, que largas serían de con-
tar; pero las que más me ocuparon, e las que ma-
yores peligros me atrajeron fué socorrer dueñas e
doncellas en muchos tuertos e agravios que les ha-
cían; porque así como éstas nascieron para obede-
cer con flacos ánimos, e las más fuertes armas su-
yas sean lágrimas e sospiros, así los de fuertes co-
razones extremadamente entre las otras cosas las
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