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LAS CORONAS DE LA INFANTA

     tes que el tercero os demande, quiero saber qué ha-
     réis de las coronas.
       —Lo que yo haré —dijo el Caballero— será com-
     plir luego el primer don e quitarme del.
       Entonces tomó  la primera corona, e poniéndola
     en la cabeza della, dijo:
       —Yo pongo esta corona en  la cabeza de la más
     fermosa doncella que yo agora sé; e si hobiere al-
     guno que lo contrario dijere, yo se lo faré conocer
     por armas.
       E todos hobieron mucho placer de lo que él fizo,
     e Leonorina no menos, aunque con vergüenza  es-
     taba de se ver loar, e decían que con derecho se
     había quitado del don.
       El Caballero volvióse a Leonorina e dijo:
       — <Mi señora, ¿queréisme demandar  el otro don?
       —Sí —dijo ella— , e pidovos me digáis la razón
     por qué llorastes ; ¿ quién es aquella que ha tan gran
     señorío sobre vos e sobre vuestro corazón?
       Al caballero se le mudó la color y buen semblan-
     te en que antes era; así que todos conocieron que
     era turbado de aquella demanda, e dijo:
       —Señora,  si a vos pluguiere, dejad esta deman-
     da, e demandad otra que sea más vuestro servicio.
       Y  ella  dijo:
       —Esto es lo que yo demando, e más no quiero.
       El abajó  la cabeza, y estovo una pieza dudan-
     do;  así que muy grave  parecía a  todos  haberlo
     él de decir; e no tardó mucho que, alzando la ca-
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