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AMADÍS DE GAULA
beza con semblante alegre, miró a Leonorina, que
delante del estaba, e dijo:
—Mi señora, pues por al no me puedo quitar de
mi promesa, digo que cuando aquí primero entras-
tes e os miré, acordóme de la edad y del tiempo en
que agora sois, e vínome al corazón una remem-
branza de otro tal tiempo en que ya fui, muy bueno
e sabroso; tal, que habiéndole ya pasado, me hizo
llorar como visteg.
Y ella dijo:
—Pues agora me decid quién es aquella por quien
se manda vuestro corazón.
—La vuestra gran mesura —dijo él—, que a nin-
guno falleció, es contra mí; esto hace mi gran des-
dicha; e pues que más no puedo, conviene que con-
tra mi placer lo diga. Sabed, señora, que aquella
que yo más amo es la misma a quien vos enviáis
la corona, que al mi cuidar es la más fermosa due-
ña de cuantas yo vi, e aun creo que de cuantas en
el mundo hay; e por Dios, señora, no queráis de
mí saber más, pues que soy quito de mi promesa.
— ; mas por tai
—Quito sois —dijo el Emperador
guisa que no sabemos más que ante.
—Pues a mi parecer —dijo él— que dije tanto
cual nunca por mi boca salió jamás, y esto causó el
deseo que yo tengo de servir a esta hermosa se-
ñora.
—Así Dios me salve —dijo el Emperador — , mu-
cho debéis ser guardado e cerrado en vuestros amo-
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