Page 147 - Libros de Caballerías 1879
P. 147

LAS CORONAS DE LA INFANTA


     hombre del mundo que mejor encobre aquello que
     él quiere que sabido no sea; pero yo le veo llorar
     e cuidar tan fieramente, que no parece en él haber
     sentido alguno, e sospira con tan gran ansia como
     si el corazón en el cuerpo se le quebrase. E cierta-
     mente, señor, en cuanto yo cuido, es gran fuerza
     de amor que   le  atormenta,  teniendo  soledad de
     aquella que ama; que  si otra dolencia  fuese, ante
     a mí que a otro ninguno soy cierto que se descu-
     briría.
       —Ciertamente —dijo el Emperador— , así lo cui-
     do yo como lo  decís, e si él ama a alguna mujer,
     a Dios ploguiese que acertase  ser en mi  señorío,
     que tanto haber y estado le daría yo, que no hay
     rey  ni príncipe que no hobiese placer de me dar
     su hija para  él.
        Queriendo descubrir aquel secreto,  el Emperador
     llamó a la fermosa Leonorina, su hija, e a las dos
     infantas que  la aguardaban, e habló con  ellas una
     gran  pieza muy afincadamente, mas por ninguno
     era oído nada de lo que les decía. E Leonorina, ha-
     biendo él ya acabado su habla, besóle las manos, e
      fuese con las infantas a su cámara, y él quedó ha-
     blando con sus hombres buenos.
       Poco después volvió a entrar en el palacio aquella
      fermosa Leonorina con  el su gesto resplandeciente,
     que todas  las fermosuras desataba,  e  las  infantas
     con  ella. Y  ella traía en su cabeza una muy  rica
      corona, e otra muy más rica en las manos, e fuese

                            143
   142   143   144   145   146   147   148   149   150   151   152