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AMADÍS DE GAULA
gran roido que con los suyos andaban, e los ape-
llidos; luego pensaron que el rey Lisuarte era so-
corrido, e desmayaron mucho, que no sabían qué
facer, si pelear con los que tenían delante o ir soco-
rrer los otros. El rey Lisuarte, como aquello oyó,
e vio que sus contrarios aflojaban, cobró razón e
comenzó a esforzar los suyos, e dieron en ellos tan
bravamente, que los llevaron hasta dar en los que
venían huyendo de Amadís e de los suyos, así que
no tovieron otro medio sino poner espaldas con es-
paldas y defenderse. El rey Arábigo e Arcalaus,
como vieron la cosa perdida, metiéronse en una
casa; que no tovieron esfuerzo para morir en la
calle, mas luego fueron tomados y presos. Amadís
daba tan duros golpes, que ya no hallaba quien lo
esperase, y cuando vio que ya estaban deshechos los
enemigos, pues tampoco don Cuadragante se había
descuidado en su negocio, dijo a Gandalín:
—Ve, di a don Cuadragante que yo me salgo de la
villa, y que pues esto es despachado, que será bien
que nos vamos sin ver al rey Lisuarte.
E luego fué por la calle hasta que llegó a la puer-
ta de la villa por donde había entrado, e fizo cabalgar
la gente que con él iba, e él cabalgó en su caballo. El
rey Lisuarte, como tan presto vio el socorro de su
vida e sus enemigos muertos e destrozados, estaba
de tal manera que no sabía qué decir, e llamó a don
Guilán, que cabe sí tenía, e dijóle:
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